Sobre los riesgos de todo biopic: ¿exactitud o creatividad?

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Vi “Tolkien” (EE.UU., 2019), dirigida por el finlandés Dome Karukoski [1976- ], siendo esta la primera película que le veo, y con guion de David Gleeson y Stephen Beresford. La música es mérito de Thomas Newman y la fotografía de Lasse Frank Johannessen (aplausos). El reparto está integrado por Nicholas Hoult, Lily Collins y Genevieve O'Reilly, entre otros. Estamos ante un biopic del escritor, lingüista y profesor universitario J.R.R. Tolkien [1892-1973], interpretado por Hoult, célebre por su literatura épica que se ha plasmado en libros de culto para muchos, como "El Señor de los Anillos" y "El Hobbit", entre otros. Esta cinta en particular se centra en los felices momentos previos a la Gran Guerra (1914-1918), de un lado, y en los trágicos episodios vividos por el protagonista en dicho conflicto, del otro; oposición que, a la larga, fue la que inspiró las obras sobre la Tierra Media, aspecto del que ya hay suficiente ilustración en diferentes documentales y estudios (esto es, de que las sagas sobre la Tierra Media son, en el fondo, una manera de presentar los avatares y las miserias de la guerra de la que sobrevivió Tolkien).
En cuanto los aspectos estéticos, empiezo indicando que es un filme correcto; es decir, que el espectador no se sentirá defraudado, pero tampoco sentirá conmovido; entretiene, pero no forma. En lo que respecta a las actuaciones, apenas se sostienen en lo que el guion les pide, sin audacia alguna. En este sentido, el protagonista no logró transmitir esa magia que el espectador espera ver en su héroe literario. Entonces, salvo por la fotografía, que tiene sus buenos momentos, en especial cuando se imitan las adaptaciones de Peter Jackson, la película puede pasar inadvertida. En lo que se refiere al género, claramente estamos ante biopic o, mejor dicho, ante un retrato comercial de la inspiración trágica de un gran literato. Pero el director decide hacer un biopic tradicional, siguiendo a pie juntillas la estructura del género (momentos de felicidad -en este caso ante la amistad y el romance- seguido de momentos infelices que terminan desatando la inspiración, etc.). Eso sí, un fanático de Tolkien, que los hay en cantidad y algunos radicales, tendría mil inconvenientes con cierta información que la cinta ofrece, pues los apasionados exigen, antes que nada, exactitud de lo narrado en comparación con lo que ellos conocen de memoria. Por ejemplo, apenas se deja entrever en la obra es la religiosidad del autor, ni se dan detalles sobre personajes y hechos de la Tierra Media presentes en la vida militar de Tolkien.
Pero no quisiera quedarme en el debate, que ya se libra entre los críticos y los fanáticos, sobre si tenían o no derecho los guionistas para darse ciertas libertades al retratar al padre de la Tierra Media. Más bien dejo planteada al lector otra reflexión: hacer un biopic de un autor tan fantástico (no solo por la fantasía que despliega en sus obras, sino también por lo que generó en la cultura juvenil del siglo XX) es una apuesta muy arriesgada, a menos de que intente ofrecerse un producto igualmente fantástico. Dicho con otras palabras, hacer un retrato de un gran retrato, es un reto que pocos pueden asumir con éxito, a menos de que se ofrezca algo muy innovador o, por el contrario, muy exacto, a pesar de lo difícil que es intentar presentar con rigor la complejidad de una persona y de una época en hora y media. Y ninguna de las dos cosas está aquí presente. Por esto, el producto final es un filme mediocre (en el sentido que no es bueno ni malo), una película sin magia, pero entretenida al fin y al cabo.
Agrego que el romance que se narra en la cinta es poco creíble, pues se presenta como una construcción lineal y necesaria, con pocos toques dramáticos ni giros inesperados que pusieran a dudar del amor mismo al espectador. Esos amores que nunca cambian, que nacen pero nunca mueren, amores de toda una vida, no quedan bien en una obra dramática ni mucho menos en un biopic, porque muy pocos podrían creer que las cosas son tan sencillas, cuando la experiencia nos demuestra, a diario, que en la realidad son todo lo contrario.
Finalizo con una reflexión filosófica. La guerra es una tragedia que siempre ha acompañado la cultura humana. Y como tragedia suele ser un momento de inspiración para quienes la sobreviven como para los que la estudian a un punto de sentir empatía, en la medida que la guerra es tanto muerte como vida, en ella fenecen y nacen períodos y civilizaciones. Ya decía Engels que es la partera de la historia y, agrego, de historias (literarias). Pero si bien en este caso la partera de la inspiración artística de Tolkien fue una de las peores conflagraciones mundiales, en otros casos la guerra que puede dar lugar a la creación estética es la que se lleva adentro, pero en ambos casos, para la guerra y para el arte, se exigen “guerreros” que asuman la vida con la valentía y el arrojo que solo puede ser calmado, pero no destruido, por la metáfora nietzscheana de la “mujer-esposa”. En ese juego de guerra-acción y paz-descanso, es donde Nietzsche centra la creación ética y estética, que se articulan en una misma cosa. Parafraseando a Kant, pero inspirados por Nietzsche, el nuevo imperativo categórico sería: compórtate de tal manera que tu vida pueda ser valorada universalmente como una obra de arte. Y justo este punto, donde el arte emerge de la tragedia, no se deja ver adecuadamente en el filme.
Entonces, que esta película (que entretiene, pero no conmueve) sea un motivo para que el espectador-lector pueda ver lo que se ha escrito y se ha dicho sobre la relación entre la Gran Guerra y la Tierra Media. 2020-06-23.


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