Sobre cómo duele la creación artística

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Vi “Final Portrait” (RU, 2017) dirigida y escrita por Stanley Tucci [1960-], quien es más reconocido como actor de reparto de Hollywood, pero poco se sabe de sus cintas como director, en especial de su intachable primer largometraje “Big Night” (1996). Por cierto, “Final Portrait” es su primera película que no protagoniza. La música y la fotografía son méritos de Evan Lurie y Danny Cohen, respectivamente (aplausos para ambos). El reparto es de lujo: Geoffrey Rush (aplausos), Armie Hammer (aplausos), Clémence Poésy y Tony Shalhoub, entre otros. Estamos ante un filme que pivotea entre el drama y el biopic. Narra una parte de la vida del pintor y escultor suizo Alberto Giacometti [1901-1966], interpretado por Rush, en la que él retrata al crítico de arte y escritor estadounidense James Lord [1922-2009], actuado por Hammer, retrato que terminó siendo de las obras más célebres del suizo. Antes que nada, estamos ante una película que, estéticamente, es meritoria, en especial por la escenografía (no fue filmada en París, como se creería, sino en Londres, pero con una exactitud en los detalles que merece aplausos, en especial la recreación del estudio del pintor), el vestuario (observen los colores reiterados en las prendas de los personajes, pasando de los opacos de la esposa a los colores vivos de la amante de Giacometti), la ambientación (con detalles bien pensados para hacernos creer que estamos en los años 60 del siglo pasado), el manejo de la cámara (maravillosas tomas circulares y algunas otras sin cortes), la fotografía (que supo donde debía ponerse el lente en cada caso) y la dirección de actores. Una joya, en todo el sentido de la palabra, la que nos ofrece Tucci.
Pero la trama no se queda atrás. Estamos ante un retrato (fílmico) sobre un retrato (pictórico). Un retrato tan intimista como entretenido, con algunos toques cómicos, que dan cuenta del dolor que implica la creación artística, en general, y la de Giacometti, en particular. Claro está que para comprender de mejor manera el drama particular que se nos muestra, se requiere del espectador unos presaberes en historia del arte que la cinta no ofrece, ni puede ofrecer por falta de tiempo. Tal vez habría sido útil una conversación inicial que le permitiera al auditorio familiarizarse con el contexto artístico al que responde Giacometti y la importancia de su obra para la historia del arte (obra elogiada por Sartre, entre otros, como la mejor expresión artística del existencialismo), aunque de todas maneras, quien no sepa mayor cosa del tema, sabrá apreciar, sin duda alguna, que le están contando de muy buena manera, aunque en una versión libre, cómo fue que surgió una de las obras más aclamadas por la crítica del arte en la segunda mitad del siglo XX. De todas formas, la buena narración motiva al espectador, en tanto que desata curiosidad, a que indague sobre los meollos ante los cuales la cinta guardó silencio.
Y digo que es una versión libre porque el director no quiso hacer un biopic tradicional, uno religiosamente apegado a los hechos que efectivamente sucedieron, en especial porque Giacometti, con su creatividad, hubiera condenado, si pudiera, una biografía sobre él que no buscase ser una novela. Es por ello que los actores y el director permitieron una flexibilidad en los giros dramáticos; eso sí, sin atentar contra las líneas gruesas de lo que realmente pasó.
Ahora, volviendo sobre el tópico central de la historia, se nos quiere mostrar con crudeza el parto (alegoría de dolor y de creación) que supone el arte. Es por esta necesidad de creación que el retrato (fílmico) del retrato (pictórico) no podía ser una mera descripción (de allí la libertad narrativa que se permite el director), de la misma manera que el retrato de Lord tampoco puede ser poner en un lienzo lo que solo una fotografía puede dar. Una pintura no es para imitar, sin más, la realidad, sino para poner en el lienzo algo diferente a lo que está allí para todos. Pero saber cuándo eso diferente está allí, pintado, es algo difícil y doloroso. En este caso, terminar un cuadro es como dar por terminado un libro. Siempre se quiere mejorarlo, siempre se quiere agregarle algo; el cuadro, como el texto, siempre quiere más. El retrato, a diferencia de la fotografía, no se puede terminar (como se dice en la propia película), pues es dinámico, pero saber cuándo es hora de dejar que siga su propio destino, que salga de las manos del artista, es algo muy complejo. De allí que Giacometti continuamente destruya en la tarde lo que inicio en la mañana, como la esposa de Ulises, dando tiempo al tiempo (lo cual es aprovechado para afianzar la amistad entre el retratista y el retratado), para que llegue lo anhelado, la perfección. Y esa lucha por la perfección es muy dolorosa, y no solo para el artista, sino también para los que lo rodean (de lo que da cuenta muy bien el filme con los roles que desempañaron el hermano y la esposa de Giacometti). Un artista así, perfeccionista, termina en la peor de las obsesiones compulsivas. Entonces, esta cinta termina siendo una pieza para entender lo que es la pintura, de un lado, y la creación artística, del otro. Por todo lo anterior, no dejo de recomendar este retrato de un retrato. 2020-06-11.



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