Reseña de la novela bélica "Monte Cassino" de Sven Hassel

 

Imagen tomada de: aquí

Hassel, Sven (2013). Monte Cassino [1965]. Barcelona: Ediciones Librería Universitaria de Barcelona.

La literatura debe, entre otras cosas, entretener. Ahora bien, hay textos que cumplen solamente con este fin y otros, en cambio, dan algo adicional. En este caso, las obras de Hassel sobre la vida de un soldado alemán en la Segunda Guerra Mundial son, más que todo, entretenimiento puro, pero nada impide hacer reflexiones críticas a partir de esta novela, lo que exige la complicidad del lector.

Vamos por orden. Esta no es la primera vez que reseño una obra de Hassel, un autor danés que insistió muchísimo en que sus relatos bélicos estaban basados en su vida como soldado de la Wehrmacht, pero ya hay cierta claridad que se trataba de relatos inventados por él, basados en los que él escuchó cuando fue prisionero de guerra de los aliados. Resulta que Hassel fue un policía danés pronazi durante la invasión alemana a su país. Una vez los aliados retomaron el control de Dinamarca, Hassel pasó un tiempo en un campo de prisioneros dónde escuchó miles de historias que lo inspirarán para sus novelas bélicas, tan entretenidas como duras.

Entonces, estamos ante una novela, que hace parte de una amplia serie protagonizada por un soldado, Sven, de un regimiento panzer (blindado) disciplinario. En esta novela en concreto, la narración gira sobre la defensa nazi de Montecasino, una abadía benedictina, fundada alrededor de 529 y destruida por completo en 1944 (aunque fue reconstruida luego de la guerra). Resulta que los alemanes lograron frenar algunos meses el avance aliado en Italia gracias a la enconada defensa de Montecasino, pero la pregunta que queda es si valió la pena la muerte de miles y miles de soldados en dicho lugar solo para posponer lo inevitable durante unas semanas.

En torno a esa batalla de Montecasino, tal cual como es relatada en la novela, se tocan varios temas que quiero subrayar. El primero sobre el rol de la Iglesia católica, el segundo en relación con el valor de la cultura y, finalmente, las reflexiones sobre la guerra hechas por soldados, que son la carne de cañón. Veamos.

En primer lugar, la obra menciona en diferentes oportunidades cuál fue y cuál podía ser el rol de la Iglesia católica ante la guerra en general y ante la persecución a los judíos en especial. La obra plantea algo que sigue siendo objeto de debate entre los historiadores: que había un plan orquestado desde Berlín que quería provocar a la Iglesia para que esta protestara enérgicamente contra el nazismo, y así tener una excusa para irrumpir en El Vaticano y hacerse con el control de la sede pontificia, incluso arrestando al Sumo Pontífice. Así las cosas, la Iglesia, sabiendo que si se oponía abiertamente correría un riesgo de ser controlada por los alemanes, prefirió vías más discretas de oposición al nazismo y de auxilio a los judíos perseguidos. Sin embargo, esto que se plantea en la novela no es del todo claro históricamente, donde hay varios bandos. Uno de ellos señala que la Iglesia fue cómplice, de buena o mala fe, del nazismo y por eso su falta de rechazo expreso al régimen genocida de Hitler, lo que se manifiesta, entre otras cosas, en la ayuda que la Iglesia ofreció a muchos jerarcas nazis para huir de los aliados una vez concluida la guerra (como fue el caso del criminal de guerra nazi Adolf Eichmann). Otros señalan que la Iglesia sí se manifestó en contra del nazismo según se lo permitían las circunstancias y atendiendo su peculiar y discreta forma de manejar los asuntos diplomáticos durante los siglos XX y XXI. Los defensores de esta última postura se basan en que cientos de miles de católicos (sacerdotes, monjes, monjas, laicos, etc.) murieron en los campos de exterminio por su oposición al nazismo, que hay muchos testimonios de auxilio a los perseguidos por parte de la Iglesia y sus miembros, que las relaciones oficiales de la Santa Sede con Berlín estuvieron bajo tensión e incluso en una hostilidad a bajo fuego, y, finalmente, que el auxilio prestado por la Iglesia a ciertos criminales de guerra nazi se debió al principio de humanidad, pues antes que criminales son seres humanos. Pero lo que esta novela sugiere en torno a las relaciones entre Iglesia y el nazismo es algo interesante, aunque no debe tomarse como una verdad histórica.

El segundo aspecto tiene que ver con la importancia que tuvo Montecasino no solo como objetivo militar (pues era la llave para acceder por tierra a Roma) sino también como centro de la cultura occidental. Resulta que Montecasino ha sido una de las cunas de la civilización cristiana europea, no solo en lo que atañe a que en ella y por ella se forjó la cara de la Iglesia, sino también a que allí se resguardaban libros, retratos, pinturas, esculturas, arte religioso, etc., que alimentaron la cultura europea durante casi los mil cuatrocientos años que estuvo allí la abadía hasta ser destruida por los bombarderos aliados. Era tal su importancia que la novela sugiere que los jerarcas nazis no querían proteger esos objetos de la abadía para que los aliados tuvieran que destruirlos y de esta forma acusarlos de acabar con las bases de la cultura europea, mientras que otros alemanes, de mando medio, se dieron cuenta de que tenían que salvar lo que se pudiera de Montecasino antes de que empezara la batalla, pues, a fin de cuentas, salvaguardar la cultura es más importante que una ideología política, para lo cual organizaron un plan silencioso para sacar de allí todos los objetos con valor artístico, cultural y religioso, arriesgando sus propias vidas. Al finalizar, históricamente se salvaron muchos elementos de la abadía, pero no todos. La novela recrea, con gran imaginación, cómo fue que algunos alemanes, con algo de sensatez, salvaron para la humanidad (los vestigios antiguos de) la cultura cristiana europea, lo que me recuerda la película “The Monuments Men” (2014, dirigida por George Clooney).

El tercer aspecto pasa por los diferentes comentarios de los soldados que dejan claro que la guerra es un escenario donde la maldad florece, donde la humanidad se pierde y, finalmente, donde lo único que queda es sobrevivir en medio de la camaradería entre quienes comparten destino en el campo de batalla (en contravía de la famosa frase de Orwell: “lo importante no es mantenerse vivo, sino mantenerse humano”). Me llama la atención una escena al inicio de la novela. Un grupo de reclutas germanos, en su mayoría universitarios, están custodiando un pequeño pueblo italiano cuando son atacados y destruidos por los gringos. Luego de esa batalla se produce una conversación entre un oficial sobreviviente del ataque estadounidense, y otro de la compañía disciplinaria donde está Sven. El primero se queja de la muerte de varios soldados que eran promesas de la academia, en especial de un adjunto de dicho oficial que prometía ser el mayor exponente de Kant. El otro oficial lo interpela diciendo que en la guerra lo que hacen falta son soldados, no filósofos (p. 34), de manera tal que no muestra ningún gesto de compasión por los universitarios muertos: “Se atiborran el cráneo con una filosofía que es inútil en la lucha por la vida” (p. 36). Por demás, esta escena me recordó el dolor que expresó Heisenberg cuando, en su autobiografía, se refirió a Hans Euler, su prestigioso discípulo, quien, durante la guerra, en el frente oriental, había muerto, alguien de quien dijo que si hubiera sobrevivido habría cambiado la historia de la física. ¿Qué habría pasado en el mundo si dichos científicos e intelectuales no hubieran muerto en la guerra? Volviendo sobre la conversación entre los dos oficiales, el primero, escandalizado ante la falta de empatía del segundo, le pregunta que si él mataría a su propia madre si se lo ordenase un superior, a lo que este responde que sí, a lo que el oficial-filósofo exclama: “¡Pobre mundo! -murmuró el universitario vestido con uniforme de oficial, que imaginaba que podría hacerse la guerra discutiendo sobre Kant-. No es usted, teniente, más que un niño que se ha hecho adulto demasiado de prisa” (p. 36), en clara alusión al concepto de “mayoría de edad” kantiano (agrego que una anécdota similar ocurrió durante el juicio a Eichmann, quien dijo que no habría dudado en cumplir ninguna orden, incluso asesinar a su madre).

Retornando sobre nuestro tercer punto, la novela tiene varios momentos similares donde los soldados se dan cuenta que ya no hay ideología por la que matar o morir, sino que se trata de sobrevivir, rodeado de camaradas. En esa inercia anti-ideológica es que se cuece la indiferencia que muestra ante el horror el soldado curtido en batallas. El mal se vuelve banal (en clara referencia a Hannah Arendt), a un punto que ya pasa desapercibido ante el sujeto.

Finalmente, señalo que, tristemente, la obra no tuvo una edición cuidada. Hay varios yerros ortográficos y varios párrafos son confusos, seguramente porque su traducción no fue lo suficientemente revisada. Sin embargo, la obra cumple su fin primordial, entretener, y por ahí derecho, hay apartados nada malos que incentivan, si así lo desea el lector, una reflexión crítica sobre la guerra (2023-11-07).

 

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