Sobre cómo hacer cine-poesía sin aburrir al público

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Vi “El lado oscuro del corazón” (Argentina, 1992), dirigida y escrita por Eliseo Subiela [1944-2016], basado en diferentes relatos poéticos, con alguna preeminencia de Mario Benedetti. La música es de Osvaldo Montes (con participación de destacados artistas como Fito Páez) y la fotografía de Hugo Colace (aplausos para ambos). El reparto es de lujo: Darío Grandinetti (aplausos), Sandra Ballesteros (aplausos), Nacha Guevara y el propio Benedetti, entre otros. La cinta narra cómo Oliverio (Grandinetti), poeta que vive de vender sus hermosas frases para campañas publicitarias, mientras es perseguido-cortejado por la muerte (Ballesteros), busca una mujer que lo haga volar. Oliverio, luego de varios intentos infructuosos, conoce a esa mujer, Ana (Guevara), una prostituta de Montevideo.

Para empezar, estamos ante una obra que no puede ser evaluada de cualquier manera, en la medida que el director busca compaginar la narración poética con la visual, de manera tal que estamos ante un cine-poesía, con un enfoque surrealista, que no es una experiencia para nada fácil de lograr. Como cabe esperar, ante tamaño propósito, la creatividad y la imaginación deben ser los pilares fundamentales, pero no solo en el guion –que por esta razón está lleno de reflexiones, metáforas y poemas–, sino también en la fotografía y la música. En este sentido, la película logra, con creces, ponderar una compleja relación de tres artes en uno: cine, literatura y música, lo que me recuerda, en cierta medida, ese concepto wagneriano del “arte total” (una obra artística vale más si logra integrar en sí varias artes, siendo el “drama” de Wagner el culmen de tal integración). Sin embargo, tanta creatividad puede rayar con lo cursi y lo ridículo, para quien la poesía no le dice mayor cosa, y seguramente más de un espectador lo sintió así.

Agrego, que el filme tiene un magnífico ritmo, al igual que un agudo sentido del humor, oscuro como el título, todo lo cual evita algo que suele pasar en el cine-poesía-surrealista: la lentitud exasperante. Este buen ritmo ayudó a que la cinta tuviera un importante éxito comercial.

Estamos, pues, ante un cine-arte, que logra cautivar, por lo menos para quienes aprecian la literatura y están en algo familiarizados con la poesía de Mario Benedetti (quien apabulla en una escena recitando en alemán), Juan Gelman y Oliverio Girondo, a un punto que, estoy seguro, más de uno recitó, junto con Oliverio y recordando aquellas épocas juveniles donde la poesía se abría campo fácilmente en los corazones, alguna que otra estrofa, logrando así una comunión mística con la obra.

La búsqueda por la mujer que sepa volar, además, es una alegoría muy pertinente para el espectador, pues ella representa el acecho al amor perfecto, aquel que sabemos que no existe, aquel que sabemos que es solo utopía, pero que, a pesar de ello, no dejamos de anhelar. 

Claro está que en el filme no solo se da cita el amor, sino también la eroticidad (las escenas eróticas, atravesadas por lo onírico, no dejan de aparecer) y la empatía (en este último caso, el poeta termina sintiéndose más conectado con una invidente que, por su limitación, logra “ver” las cosas de mejor manera). 

Otro asunto es que llama la atención, y permite muchas interpretaciones, la persecución, el acoso, de la muerte hacia el poeta. Una clara alusión a un tema recurrente en la literatura bohemia. La vida se dignifica, en especial para el arte, en tanto somos, como diría Heidegger, seres para la muerte. Y paro aquí, porque las posibles relaciones de la cinta con la filosofía son cientos.

Finalmente, hay una secuela de esta película, que no tuvo el mismo éxito de esta, pero de ella hablaré en otra reseña.

Por todo lo anterior, por su capacidad evocadora, es que la recomiendo. 2020-08-08.


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