Vi “Yo soy Simón” (“Love, Simon”, 2018, EEUU), dirigida por Greg Berlanti [1972-], con guion de Isaac Aptaker y Elizabeth Berger, quienes se basaron en una novela de Becky Albertalli. Recordemos que el director es alguien que se ha hecho un nombre en las series de televisión de superhéroes (Arrow, Flash, Supergirl, etc.) y con cintas comerciales a más no poder. El reparto es importante: Nick Robinson, Jennifer Garner, Josh Duhamel y Katherine Langford, entre otros. Estamos ante una comedia romántica pero que tiene una particularidad mayúscula. Si no es la primera, es la segunda comedia romántica de grandes estudios (es decir, producida y distribuida por los pesos pesados de la industria), donde el amor exaltado es el de una pareja de adolescentes homosexuales. Dicho con otras palabras, es una cinta que, en su contexto, rompe el paradigma de las comedias románticas de formato de gran estudio. Trata, como lo dije, de un joven de 16 años, Simon Spiers, con una vida casi que perfecta, pero que esconde un secreto: es gay. Mediante las redes conoce a otro chico gay de su escuela, que no desea hacer pública su condición de homosexual, hasta que, por un error, el secreto termina siendo noticia de todos en la escuela. ¿Qué decir del filme? En primer lugar, que es una obra con todos los clichés del género y que hace uso de la estructura más que sabida de la típica comedia romántica. Esta es una cinta aburridamente disciplinada con los estereotipos del género. Obviamente, estereotipos que garantizan un buen negocio al productor. Estos estereotipos los podermos ver, por ejemplo, con el hecho de plantear un mundo cuasi-perfecto de partida (hasta el minuto 10), que se pone en riesgo por la aparición del amor (minuto 10-20), dentro de un contexto gracioso con escenas hilarantes y buenos apuntes, amor que (a los 60-75 minutos) parece que terminará en tragedia, pero que en los últimos 10 minutos todo se endereza con una gran rapidez… en fin, lo de siempre. En segundo lugar, a pesar de ser un filme obediente en su narrativa, es innovador en el objeto en que centra esa mezcla de cursilería con ensoñación que las comedias románticas saben transmitir muy bien. Es innovadora en el sentido que realza el amor entre dos adolescentes homosexuales, lo que hace doblemente arriesgada la apuesta: primero por ser homosexuales, y segundo por ser menores de edad. Obviamente, la apuesta estaba bien pensada para ser triunfadora. En tercer lugar, si bien estéticamente el filme no ofrece mayor cosa (verbigracia la mediocridad de varias interpretaciones de reparto, que fueron así para no quitarle brillo a otros aspectos de la escena), el hecho de proponer ver como normal el amor en las relaciones homosexuales y de recordarle al espectador que estamos hablando del mismo sentimiento, el amor (que tanto hace sufrir a la vez que alegrar al ser humano), independientemente de la orientación sexual de los amantes, es una acción política elogiable. En este sentido, la cinta, si bien es claramente comercial, puede ayudar a aumentar la tolerancia frente a la diversidad sexual, por efecto de la manera en que se presenta el amor, de un lado, y por el efecto que se generaría por la continua exhibición de este tipo de narraciones, del otro. La exhibición de este tipo de cine, su repetición en medios masivos, junto con otras cosas, puede volver normal lo que antes se nos enseñaba como anormal. En cuarto lugar, una película como esta nos pone en evidencia, una vez más, que hay dos mercados antagónicos, pero en claro crecimiento, que los productores audiovisuales saben que si se apuesta por ellos habrá importantes ganancias económicas. Estos dos mercados son el cristiano y el progresista. Ambos están en crecimiento, y ambos reclaman películas y series según sus gustos. Así las cosas, los productores están ofreciendo productos diferenciados según el público, miradas que ratifican los prejuicios iniciales del espectador. Lo gracioso es que un mismo productor no teme en hacer productos diferenciados (y contrarios) para ambos mercados, pues las ideologías no deben interferir con los negocios: es el caso de Fox. En conclusión, si vemos la película solo desde su estructura de comedia, sería un filme sin pena ni gloria, que a lo mucho serviría para entretener a alguien que no tiene algo mejor que hacer durante un par de horas. Si la vemos desde la apuesta que conlleva, progresista en todo sentido, vale la pena verla como señal política de tolerancia, como faro de esperanza de que desaparezcan las discriminaciones (en especial lo que se suele llamar las micro-discriminaciones, esas que pasan desapercibidas con mucha mayor facilidad) por la orientación sexual. La recomiendo entonces, aclarando que hay un par de escenas muy divertidas: a nadie le vendría mal reírse y más si le enseñan que lo “anormal” muchas veces es una cuestión cultural y no natural. 2018-09-24.
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