Sobre cómo el infierno es el (miedo-al) otro

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Vi “Hjartasteinn” (“Heartstone”, Islandia, 2016), opera prima (como largometraje) de Guðmundur Arnar Guðmundsson [1982-], quien además la escribió. La fotografía es mérito de Sturla Brandth Grøvlen (aplausos). El reparto está integrado por Baldur Einarsson, Blær Hinriksson y Arnar Jónsson, entre otros. Esta cinta narra la historia de amistad, que deviene en amor, entre dos adolescentes islandeses. Entre paisajes increíbles, afloran los misterios de la sexualidad y el amor. Ahora bien, la película tiene buenos elementos estéticos que merecen reconocimiento. Para empezar, la fotografía, seguido de la buena ambientación que contribuye a una atmósfera propicia para las escenas y para el infierno que supone descubrirse en la adolescencia. Agrego que los roles protagónicos y el reparto, en su acartonamiento, terminan por contribuir a la veracidad de la historia. Esto me lleva a elogiar también la forma en la que el director logra manejar los detalles a partir de buenos movimientos de cámara (pongo el ejemplo de la caricia de manos entre los amigos cuando están acampando). Lo que sí me pareció poco acertado fue lo largo de la cinta (literalmente, pudo haberse hecho, sin perderse nada de la trama, con 15 a 20 minutos menos), lo lento y lo repetitivo en algunos pasajes, y, lo más importante, que el drama habría aflorado mejor si las cámaras se hubiesen centrado en el chico angustiado por el amor hacia su amigo, y no en este último. Pero el balance sigue siendo positivo además de que sería una buena fuente de reflexiones para un ciclo de cine y género, en especial sobre la asignación de roles sociales en dos elementos que aquí confluyen: la adolescencia y lo rural (bien dicen por ahí que “pueblo pequeño infierno grande”). Resalto, en esta misma línea, que la cinta se vuelve más verosímil en la medida que expone acertadamente que los asuntos de género no vienen solos, pues a fin de cuentas todo está enmarañado en las dinámicas sociales, positivas o no, que rodean a un individuo cuando se pregunta quién es, qué debe hacer y qué desea. En este caso, el miedo-al-otro (Sartre) no solo pasa por el miedo a ser descubierto como homosexual, incluso esto podría ser menor, si se compara con el miedo a la violencia del padre, el miedo al qué-dirán (el chisme no solo juega en los temas de género y sexualidad), el miedo a no ser aceptado, etc. Por eso es que fue acertada centrarse en la adolescencia para tratar estos temas, pues es allí donde se vive con mayor intensidad el miedo-al-otro. Finalmente, me queda un interrogante: en ese pueblo ¿los niños y los adolescentes no tenían nada más que hacer? Supongo que eran las vacaciones de verano, de manera tal que no había rastro alguno de la escuela-colegio. Pero la narración transcurre en un par de meses por lo menos, y no hay mayor cambio en las actividades cotidianas, lo que no dejó de inquietarme. La recomiendo. 2018-09-20.


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