Todo un disparate entrañable y hermoso

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Vi “Isla de Perros” (“Isle of Dogs”, EEUU, 2018), dirigida por el reconocido Wes Anderson [1969- ], a quien admiro por obras como “Moonrise Kingdom” (2012) y “The Grand Budapest Hotel” (2014). La historia es fruto de Wes Anderson, Roman Coppola, Kunichi Nomura y Jason Schwartzman. La cinta narra cómo un niño de 12 años rescata, con la ayuda de una jauría de perros abandonados, su mascota-guardaespaldas, a la vez que logra poner fin a la persecución contra los canes en la ciudad japonesa de Megasaki. Empiezo mi análisis llamando la atención sobre algo: como si fuese un Midas, lo que Anderson toca se valoriza de inmediato. Incluso, fue la fama del director lo que hizo que viese la cinta. Pasando directamente a la película, estamos, sencillamente, ante una narración y un estilo disparatadamente entrañable. Solo Anderson puede volver una historia sin pie ni cabezas, llena de baches y clichés en su estructura, una obra de arte. El estilo animado, cuadro por cuadro, termina elevando el ritmo de la narración, dando como resultado un disparate entrañable –como lo dije antes–, de un lado, y una gran parábola política muy pertinente para nuestros días, del otro. Sobre esto último, invito a reflexionar sobre la política en torno al alcalde de Megasaki, pues en él podemos vislumbrar no sólo las camarillas conspiracionistas sino también el populismo corrupto disfrazado de democracia electoral que tanto nos aqueja. La inocencia, sumado al coraje de los jóvenes rebeldes sería el antídoto contra el establecimiento inmoral y mentiroso. Y en este esquema es que resalto otro aspecto de la obra: lo nuevo y lo viejo están en constante tensión, lo que se puede ver tanto desde lo cultural como desde lo político. Hay un gran esfuerzo del director en mostrarnos los dos ambientes, los dos polos, pero es cuando se comunican, que la tensión se resuelve: lo joven, sin renunciar a lo viejo, asume el presente. Los jóvenes podrán asumir lo público, no renunciando a su herencia, sino vigorizándola a partir de los ideales que los adultos van perdiendo. Incluso, esta forma de revalorizar lo viejo, la tradición, es uno de los elementos que la estética japonesa le presta al trabajo de Anderson. Finalmente, agrego como otro mérito de la obra el buen humor, que hacerlo –y hacerlo bien– es cosa seria. Así las cosas, recomiendo esta película, pero reitero que no puede dejarse de lado la parábola política que nos regala. 2018-08-30.


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