Vi “Sin palabras” (Colombia, 2012) dirigida y escrita por Diego F. Bustamante y Ana Sofía Osorio; esta es su obra prima en largometrajes. El dúo protagónico está conformado por Javier Ortiz y Liao Xuan. Es la historia de amor entre un joven colombiano –que no sabe mandarín- y una joven inmigrante indocumentada de China –que no sabe español-. El contexto de este amor es la ciudad de Bogotá, la cual termina siendo un tercer personaje de la cinta. Ahora bien, la película me parece correcta y con una canción de banda sonora que encaja con la obra. Eso sí, hay detalles criticables de su producción como el acartonamiento de la protagonista y de varios actores secundarios (parecen más los típicos actores de reparto de una novela televisiva colombiana). Claro está que la protagonista no es actriz profesional. Si se mira de este ángulo, hasta es meritorio lo hecho por Liao Xuan: se buscaba una mujer china bilingüe. Mientras caminada por Bogotá, alguien de la producción se le acercó y le pidió que protagonizara el filme, a lo cual accedió. Ahora, en cuanto el contenido, la obra tiene varias cualidades. Resalto dos, sin ser las únicas. La primera es que es diferente en el cine nacional. A diferencia de lo que suele ser nuestro cine, la acción no se concentra en el narcotráfico ni en el conflicto armado. El segundo es que es una historia de amor, tierna, en un contexto de solidaridad. Aporta, pues, una mirada positiva y bondadosa que es necesaria en nuestro contexto. Empero, en lo que atañe a la narración, hay aspectos que no me gustaron. En primer lugar, la historia de amor es predecible (se comporta bajo los clichés de este tipo de películas) y varios nudos dramáticos son desatados de manera inverosímil. No quiero hacer un listado de escenas poco convincentes (pues sería una sumatoria de spoiler), pero baste decir que es algo poco creíble que dos personas se enamoren en un solo día de esta manera en una megalópolis como Bogotá. Sin embargo, podría decirse que el cine puede darse ciertos privilegios que la realidad negaría, que el cine puede hacernos soñar y sacarnos de nuestros imaginarios; pero, sin abusar. Igualmente, el tema de la trata de personas es algo que siempre está como telón de fondo, pero realmente nunca pasa al podio protagónico. Creo que haberlo hecho más visible, darle más rostro a ese fenómeno (algo real, que ha vuelto a Colombia un lugar de paso de inmigrantes chinos que desean llegar a Estados Unidos) habría sido fructífero para la narración. Igualmente, no haber planteado un romance tan fácil, tan lineal, como el que terminó desatándose. Si bien son dos cintas distintas, falto cierto aire que abunda en “Lost in Translation” (2003). Concluyo que recomiendo verla, por tres asuntos: a) el cine nacional requiere nuestro apoyo, como espectadores, para dar lugar a un círculo virtuoso; b) convoca a meditar sobre la solidaridad y la hospitalidad; y c) porque el balance final de la cinta, a pesar de todo, es positivo. No estamos ante un hito del género ni del cine colombiano, pero no se pierde el tiempo con verla. 2018-02-02.
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