Sobre el amor como potencia y no como acto

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Vi “Roman Holiday” (“Vacaciones en Roma”, 1953) dirigida por William Wyler (maestro del cine comercial, especialmente de comedias, director - entre otras obras- de Ben Hur, 1959), basada en una historia del gran  Dalton Trumbo (antes de que estuviese maldito por la industria cinematográfica, dada su afinidad política con el partido comunista). El reparto es de lujo: Gregory Peck, Audrey Hepburn y  Eddie Albert, entre otros. Narra el encuentro entre una princesa europea, Ana, quien huyó del rígido protocolo para conocer mejor Roma, y un periodista estadounidense, Joe, deseoso de una primicia. La cinta se ha convertido en película-culto en el género de la comedia romántica, pues marcó una generación, de un lado, y sirvió de guía, durante mucho tiempo, al séptimo arte en lo que a comedias románticas se refiere, del otro. Este filme, en su momento, arrasó en todas las premiaciones, resaltando los premios a A. Hepburn como mejor actriz y a la buena historia que hay detrás. Es que, claramente, A. Hepburn, maravillosa como ninguna y con una sonrisa que aún cautiva, colapsó a Gregory Peck. Como ya se dijo, se trata de una película-culto que narra un cuento de hadas (cosa que siempre convoca) muy al estilo de su época. Es por ello, por su contexto cultural, que hoy se aleja de los estereotipos del cine romántico y mucho más de la comedia contemporánea (que es muy poco sutil), pero hay algo en el filme de 1953 que bien encaja con las tendencias de hoy: el desencuentro. Al finalizar, el amor triunfa pero en el recuerdo, no en el presente. No se consume en acto, sino que se guarda (bellamente) como potencia. Esto se ha convertido en un cliché, por lo cautivante, en el cine romántico: los amantes no terminan juntos, pero no dejan de amarse. Claro está que en esta película, ese desencuentro no lleva al dolor. Por demás, esa escena final, en la que Joe sale de la sala de prensa, antecedido de una cámara en fuga, es genial. Debo señalar, antes de terminar la reseña, que la película tiene muchos problemas de edición y de corte entre escenas. Rara vez entre una escena y la que le sigue las cosas están conectadas (una mano sobra, un adorno está en el lugar equivocado, un vaso está siendo sostenido por una mano derecha y en la siguiente por la izquierda, etc.). Agrego que, al no ser de mis tiempos, las escenas desenlace, aquellas que son cruciales para la evolución de la trama, me parecen algo acartonadas e inverosímiles (¿y si Joe, de entrada, hubiese dicho que era periodista?). La comedia de la cinta ya no es tan hilarante como pudo haberlo sido en su momento. Pero, a pesar de todo, sigue siendo un clásico por lo que merece respeto por parte del espectador. En estos términos la recomiendo. 04-04-2017.


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