Sobre cómo ser educador y no morir en el intento

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Vi (nuevamente) “The Emperor's Club” (“El club de los emperadores”, USA, 2002) dirigida por Michael Hoffman (especializado en el drama romántico) y escrita por Neil Tolkin, basándose, a su vez, en una historia de Ethan Canin. El reparto es reconocido y logra cumplir fielmente su labor: Kevin Kline (aplausos), Emile Hirsch, Embeth Davidtz, Rob Morrow y Edward Herrmann, entre otros. Trata de un profesor (interpretado por Kline) de “civilización occidental”, en un prestigioso colegio estadounidense, quien asume la educación de un grupo de estudiantes, logrando en varios de ellos cambios significativos en sus vidas, pero también se narra su fracaso frente a un estudiante problemático. Se trata, pues, de una oda sin igual a los educadores, de sus éxitos y sus desaciertos (sobre esto, ver “Half Nelson”, 2006, y Detachment, 2011), que le ha logrado un sitio en el cine de culto en el género educativo, aunque siga el cliché (el clímax se logra por un estudiante difícil que se convierte en un reto del profesor). Claro está que está más que evidente la cercanía (algunos llegan a decir que “copia”, cosa que no es tan cierta la verdad) con “Dead Poets Society” (“El club de los poetas muertos”, 1989, Peter Weir). Sin embargo, el filme tiene su propio carácter y Kevin Kline logra construir un buen personaje, con el que se identifica el espectador y lo conmueve, marcando una notable distinción con el también memorable rol de educador que hacer Robin Williams en 1989. Aquél (2002), conservador, éste (1989) excéntrico, pero ambos docentes resultan inspiradores para sus alumnos. Además, este filme de Hoffman permite revisar nuestra deuda con los profesores que nos forjaron. Es imposible no terminar la cinta recordando los años de educación, desde primaria hasta la universidad, y en especial a aquellos maestros que dejaron su buena impronta con tal fuerza que nunca desaparecerá, aunque a veces creamos –erróneamente- que han pasado al olvido. Claro está que los inspiradores no son todos los profesores que hemos tenido. Pero los que lograron dejar huella, inspirar y formar, deben ser honrados, aunque sea en el silencio cómplice que deja una película como ésta. En este sentido, el filme es medio sentimentaloide, incluso algo manipuladora (algo que sabe hacer Hoffman) pero sin ser empalagosa. Para finalizar, como ya lo dije, esta es una película de culto en el tema de la educación, por lo que las reflexiones que suscita en estos tópicos son tantas que mal haría en enumerarlas. Pero quisiera llamar la atención en una en concreto: la educación, como me dijo uno de mis maestros inspiradores en la universidad, es como tirar alimento a las palomas… unas comen, otras no. Para los que nos dedicamos a la educación, esta película es conmovedora hasta las lágrimas. La recomiendo. 13-11-2016.


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