Terminé de leer Le Monde Diplomatique, No. 144 (versión colombiana) y como siempre este periódico no deja de asombrarme. Son muchos los artículos que me hicieron reflexionar, pero quería ahondar en sus artículos iniciales sobre un tema que me es muy sensible: la educación superior (la mayor parte de los textos giran alrededor de este tópico). El primero de ellos “Educación superior y mercado laboral: ¿armonía o desencuentro?” de Libardo Sarmiento pone en tela de juicio el mito liberal de que entre más educación mejores ingresos. Esto no es cierto en todos los casos y estamos evidenciando en varios sectores un aumento considerable de los universitarios que no se corresponde con un incremento proporcional de los ingresos. Entre las carreras que analiza Sarmiento está la de derecho que, claramente, está sobreofertada generando serios problemas sociales y, lo peor de todo, es que el Gobierno no toma cartas en el asunto creyendo, erróneamente, que el mercado educativo puede autoregularse. Otro artículo importante es “Ciudad del conocimiento: un proyecto en duda”, de Arturo Villavicencio, que analiza a los defensores y a los detractores de los “parques tecnológicos”, de las conexiones “empresa, universidad y Estado” y las “ciudades del conocimiento”. Al finalizar, Villavicencia deja un manto de duda sobre si la universidad puede ser el motor o artífice del desarrollo tecnológico de un país. Dicho con otras palabras, la universidad tiene un rol importante en el desarrollo (formal los líderes empresariales, los innovadores tecnológicos), pero considera que la experiencia señala que la innovación industrial y tecnológica no se gesta allí sino en la empresa misma. De esta forma, una universidad consciente de sus límites sería lo ideal en vez de descargar tantas responsabilidades en quien no puede asumirlas. Para finalizar, recomiendo un hermoso artículo de Damián Pachón sobre el maestro Darío Botero: “La educación y la autoeducación en la filosofía vitalista” y rescato una frase que sintetiza su pensamiento sobre lo educativo: “Las revoluciones anteriores pensaron en cambiar las estructuras y las instituciones; pensaron en tomar el poder y re-direccionar la sociedad. Suponían que el problema era sólo de estructuras y que sólo bastaba hacer algunos ajustes para lograr una sociedad libre, igualitaria y justa. Pero la práctica arrojó resultados diferentes. El problema era que los impulsores del cambio, de la revolución, no habían cambiado ellos mismos. De tal manera que cuando accedieron al poder, reprodujeron los vicios de sus antiguos jefes. Se cumplió, para decirlo sin ambages, la sentencia de Paulo Freire: el oprimido había interiorizado al opresor y cuando lo sustituyó empezó a exteriorizar lo que había interiorizado, a saber, al opresor./ Muchas de las revoluciones no se percataron de que primero debían cambiar al individuo, su vida, sus relaciones con el poder, sus prejuicios, etcétera, para luego sí proceder a cambiar la sociedad (…) “El Vitalismo sostiene que si se quiere cambiar el mundo, primero debe cambiarse al individuo” (p. 37).
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