Sobre cómo el cine (que es público) asume lo privado de un hombre público

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Vi “All Is True” (“El ultimo acto”, 2018, RU), dirigida y protagonizada por Kenneth Branagh [1960-] –reconocido como uno de los actores y directores que mejor conoce las obras shakesperianas–, y con guion de Ben Elton. El reparto es de lujo: Kenneth Branagh (aplausos), Judi Dench (aplausos), Ian McKellen (aplausos) y Jack Colgrave Hirst, entre otros. La película narra los últimos años de la vida del mejor escritor en lengua inglesa: William Shakespeare, quien se retira a su hogar, con su esposa e hijas, luego de que su teatro, el famoso Globe Theatre, se quemara en 1613. En dicho retiro con su familia, Shakespeare intenta cerrar el duelo por la muerte de su hijo y reencauzar la relación con su esposa e hijas. Ahora bien, la cinta se caracteriza por estar entre el drama romántico y el biopic. Pero no crea el espectador que es un filme histórico de uno de los personajes más controvertidos (a la vez del que no se conoce tanto como se cree) de la historia de las letras, sino que es una versión libre, con algunas conjeturas y especulaciones, del período menos conocido de Shakespeare. Desde el plano estético, hay méritos importantes como las interpretaciones estelares. Por ejemplo, es magnífico el diálogo entre el Conde de Southampton (Ian McKellen) y Shakespeare (Branagh). Aplausos merece, además, la fotografía, responsabilidad de Zac Nicholson. En cuanto al contenido, ya aclarado que la obra no pretende darle al espectador una verdad sino una interpretación especulativa en tono dramático –como le hubiera gustado al propio Shakespeare–, podríamos mencionar el relevante toque de humor y los matices de ternura que terminan por humanizar al ídolo. A fin de cuentas, toda gran persona no deja de ser eso, una persona, sometida a intrigas públicas como privadas, con problemas que pueden ir desde lo digestivo hasta asuntos de Estado. Aquí Shakespeare está representado como alguien atravesado por el drama del autoexilio (el retiro de un hombre exitoso a sus aposentos privados), las tragedias familiares y los traumas personales, como cualquier mortal de la era isabelina, aunque resalta la narración es que son problemas intensos –aunque comunes– de un ídolo universal. Es que un daño de estómago no será retratado igual si quien lo padece es un soldado o un mariscal. Con base en lo anterior, quisiera invitar a meditar lo que significa reconocer la humanidad del deificado, en este caso, la dramaticidad (que supone la cotidianidad y la normalidad) de la vida privada de un hombre público. Empero, poner las luces del cine (que son públicas) sobre esa cotidianidad-normalidad de los grandes hombres, sigue siendo la lógica de pensar como público lo que es privado o personal. Solo si la película pudiera mostrarnos que los padecimientos personales son comunes en dicha época, pero no por ello menos intensos para quien los sufre, podría el espectador entender la humanidad del ídolo. Tristemente, esta cinta centra demasiado su lente, que es público, en la vida privada de un hombre más que público, una persona que, como Aquiles, ya es universal. La recomiendo entonces. 2020-01-27.


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