Los Leopardos: Novela política

PortadaRAMÍREZ MORENO, Augusto. Los Leopardos. Bogotá: Editorial Santafé, 1935. 230p.

Leí la novela política “Los Leopardos”, escrita, si le creemos a su autor, en pocos días (entre el 13 y el 27 de marzo de 1935) y en el que se conjugan diferentes elementos que no pueden perderse de vista para una historia de la literatura y la política colombianas. En primer lugar, la obra corresponde al modernismo literario, tan en boga en dicho momento y que impulsaba a hacer novelas experimentales, como es esta. Por su estilo modernista-experimental, es que encuentro muchas conexiones, en su forma y en su estilo, con la obra Adán Buenosayres, de Leopoldo Marechal [1900-1970]. Y digo que es experimental porque su narración, sobre cómo surgió dicho grupo político conservador, así como las cualidades de sus integrantes, dista mucho de la novela convencional a la que estamos acostumbrados. Por dar un caso, la ausencia de una trama unificadora es una de sus principales características, al igual que pivotea entre el ensayo político, el relato libre y la ficción narrativa.

En segundo lugar, estamos ante una novela política: “Qué clase de novela quieres escribir? Algo apuesto a que será una novela política, tan aburridora como la vida de Carlos E. Restrepo (presidente conservador) o tan hipócrita como la moderación de Olaya Herrera (presidente liberal)” (p. 21, texto entre paréntesis es propio). El autor pretendía, mediante esta obra narrativa, exaltar un grupo de políticos e intelectuales, de aquel momento, que dentro del conservatismo y haciendo alarde de la oratoria, se enfrentó a las facciones dominantes de su propio partido [sí que fueron duros con los líderes naturales del conservatismo, aunque reconociesen que les sobró coraje y les faltó argumentos en tales luchas internas (p. 187)], de un lado, y machacó al partido liberal que en dicho momento estaba en el poder (período denominado como la República Liberal), del otro. La ideología de este grupo, denominado “Los Leopardos”, queda en claro en la novela, pero si se lee entrelíneas, podríamos hablar de una especie de fascismo católico, que se vio alimentado por la fuerza de la ultraderecha europea en la década de los treinta del siglo pasado (v.gr. Alemania con Hitler, España con Franco e Italia con Mussolini). Obviamente, sería muy reduccionista creer que el fascismo de “Los Leopardos” correspondía plenamente con el nazismo, el franquismo o el fascismo italiano. Pero sí hay puntos de conexión que no pueden perderse de vista y que ya han sido explorados (por ejemplo, José Ángel Hernández), siendo uno de dichos puntos la réplica continua contra el marxismo, considerado como el peor de los enemigos: “Pero es que ustedes olvidan que el inmaterialismo histórico es una de las conclusiones de nuestra inteligencia… No todo en la vida es economía, como lo quieren comunistas y socialistas, sino que en la vida lo principal no es economía… Quiero demostrar que el subsuelo del individuo y que la infraestructura social, no son economía, sino amor e inteligencia” (pp. 76-77). Sobre el catolicismo del grupo, en esta obra sobran las remisiones a Dios, a la verdad metafísica de la religión y al deber frente a la fe (v.gr. p. 115, p. 177 y p. 227). En fin, una ideología que puede resumirse en la siguiente afirmación: “Nosotros aspiramos a despertar en el pueblo colombiano las virtudes elementales: el sentimiento del honor, la noción del deber, la pasión de la justicia, el culto de los héroes, el amor a Colombia, a su religión, a su tierra y a sus padres. Queremos hacer de la historia nacional un poema” (p. 227). Ahora bien, esta ideología fascista católica, explica una arenga tan radical como la siguiente: “Puesto que es preciso morir, seamos valientes” (p. 151).

En tercer lugar, este trabajo constituye una pieza clave en una historia de la intelectualidad colombiana, máxime que este grupo está en la recta final de los ideales intelectuales del siglo XIX [el intelectual gramático, que alguna vez estudié, “en el fulgar egregio de la pluma y la palabra” (p. 180)] que dará paso al nuevo intelectual, más crítico, profesional y especialista, que empieza a perfilarse en esos años de “Los Leopardos”. En esta línea es que cobra importancia la descripción que la novela hace de otros grupos intelectuales de ese entonces, entre los que encontramos a los famosos “Panidas” (p. 221).

Todo lo anterior explica, entre otras cosas, el ardor en la oratoria clásica de “Los Leopardos”, siguiendo el modelo biopolítico del intelectual conservador del siglo XIX, y la perfección estilística de sus escritos, con el muy buen manejo de las figuras retóricas (como la metáfora, la alegoría, etc.). Esta habilitad literaria en lo retórico, destella muy bien en el manejo de la ironía: “Por otra parte, un verdadero aristócrata debe ser inútil con las manos, y sus manos no son de trabajador o de pugilista sino de tenedorista: El ejercicio más rudo que usted ha hecho es llevarse el tenedor a la boca” (p. 43). Otros ejemplos de su ironía la podemos ver en las siguientes citas: “Sentimentalmente creció avaro; pero intelectualmente era un libertino” (p. 83). “Sociedad de los bombos mutuos” (p. 219). Incluso, esta buena capacidad retórica logra que algunas frases o ideas sean memorables: “porque Fidalgo le muestra los inconvenientes de la pereza cuando deja de ser un instrumento de trabajo para tornarse en profesión lucrativa. Nadie se escandalice, porque para trabajar es preciso pensar y para pensar se necesita ocio” (p. 61). O esta otra frase: “Al principio, este amor fue un debate” (p. 96, que se entiende mejor, como figura literaria, en el contexto de la narración entre el amor de un intelectual y su amada).

Entonces, como corresponde con el biotipo intelectual que se evidencia en “Los Leopardos”, la escritura (pluma), el dominio de las reglas del idioma y la retórica clásica, logran la producción de descripciones tremendamente fuertes, por ejemplo: “Vivió por encima o por debajo del dinero, nunca al nivel del dinero. Fue fiador de insolventes y pagó la ajena ruina. Trocó la amistad en un rito lleno de fidelísimas atenciones y de sapiente delicadeza. Hablaba como pensaba y como sentía. Fue tierno con los suyos y muy celoso de la reputación de su apellido” (p. 125, refiriéndose a Enrique Ramírez, padre de Sergio, que es como se firma Augusto Ramírez, el autor).

En cuarto lugar, esta narración nos da información relevante para muchos temas de investigación histórica, o simplemente nos trae a colación aspectos del pasado que valdría la pena no perder. Por mencionar algunos ejemplos, entre muchos posibles, la descripción (modernista) que hacen de Manizales -y del espíritu comercial de sus gentes- de principios del siglo XX es impresionante (pp. 14-15 y 161-163). O aquella otra de Bogotá: “‘Bogotá! Cerca del sol, lejos del mar! Yo he leído tus días ecuánimes en un vasto misal’. Así la cantaba Carlos Pellicer” (p. 168). O que un viaje de Manizales a Ibagué tomaba 15 días en mula (p. 135).

Otro aspecto interesante al respecto, datos para la historiografía, está en el apoyo del conservatismo al voto femenino, a pesar de que la historia oficial lo quiera mostrar como una conquista del liberalismo y el socialismo. Es que el voto femenino, en el contexto colombiano de la primera mitad del siglo XX, significaría el fortalecimiento de los sectores políticos más reaccionarios y católicos, pues como lo dice la novela: “Colombia no puede negarle un día más el derecho de sufragio a las mujeres… Pero encuentro que la novela de Sergio tal vez pueda justificarse si logra algo en favor del voto femenino, precisamente acordado a las mujeres menos brillantes, a las de hogar y respeto que si no piensan bien, tienen mucho qué defender… El derecho que no puede discutirse es el de las madres, el de las esposas, porque son los derechos del corazón, porque sobre ese corazón rueda el gran mundo de la familia y porque él sirve de eje a la Patria” (pp. 110-111).

Entonces, si bien esta obra no es un hito en la narrativa colombiana, especialmente por su forma experimental sumado a sus fuertes ideales políticos, sí es un buen objeto de estudio para los historiadores de la literatura y la política colombianas.

Dejo un link sobre dicho grupo, algo exagerado, pero bueno...



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