Un guion que hubiera dado mucho de que hablar si estuviéramos ante un cine surrealista

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Vi “Terumae Romae” (Thermae Romae, Japón, 2012), dirigida por Hideki Takeuchi [1966- ]. Debo señalar que esta es la primera película que le veo a este director, pero no deja de asombrarme los buenos comentarios y la buena puntuación que han recibido sus otros filmes. Esta cinta en concreto fue escrita por Shogo Muto, basado en un manga muy exitoso de Mari Yamazaki. El reparto está integrado por Hiroshi Abe, Aya Ueto y Kazuki Kitamura, entre otros. La película es una comedia ligera de ciencia ficción. Narra los viajes en el tiempo de un arquitecto de termales y baños de la Roma imperial al Japón contemporáneo, lo que le permite mejorar su oficio. Finalmente, dicho arquitecto, gracias a la ayuda de un grupo de japoneses, salva al Imperio Romano en épocas de Adriano. Esta es una de las películas con las que se empieza con gran expectativa, se termina con una profunda desilusión, pero pasados algunos días se le da algún valor. Intentaré explicarme mejor. Esta obra es una comedia sin mayores pretensiones, dirigida a un público muy determinado (jóvenes japoneses) pero que aun así intenta presentar un producto, en sus detalles –mas no es la trama–, de calidad. Me refiero a que la ambientación y el vestuario son meritorios, lo que da cuenta del presupuesto con el que contó la producción. Sin embargo, los elementos dramáticos y la dirección artística parecen de una mediocridad deliberada; por ejemplo, la sobreactuación y la gestualidad inverosímil de los actores, que incluso
raya con lo patético cuando actúan así los actores italianos de reparto. Pero luego recapacito que dichos elementos dramáticos están pensados para un público donde la actuación y la comedia tienen otras reglas; verbigracia, más que en el chiste se enfoca en la confusión. Pasando a la trama, es tan inverosímil, con diálogos tan absurdos que habría sido una película de culto en manos de un director surrealista (¿se imagina cómo Buñuel habría llevado al cine este guion?). De esta manera, podría decirse, que lo absurdo de la historia terminó siendo una fuerte potencialidad que fue desaprovechada si vemos el resultado final. Y digo esto porque la cinta, que empieza en lo surreal, va abordando problemas histórico-políticos en tanto se empieza a tomar muy en serio a sí misma, de manera tal que el espectador ya no sabe si está ante una parodia del absurdo o ante una historia cómica mal informada. Se me vienen a la mente algunas escenas con las que todo estaba hecho para pasar de lo ridículo a lo absurdo y de lo real a lo irreal, para así poder dar un golpe de gracia como conclusión en el espectador: lo irreal se vuelve real gracias a la perplejidad de lo absurdo. Pero no, no pasó tal cosa en estas escenas recordadas. Se me ocurre aquella en la que se le pregunta al protagonista, en plena época imperial romana, la fecha y él responde: “134 después de Cristo”. Esperaba en ese momento que la misma narración hiciese énfasis en lo absurdo de que un ciudadano romano imperial siga el calendario cristiano (por ejemplo, dando la narración un tiempo al espectador para asimilar esta respuesta o haciendo un énfasis –en el mismo diálogo– de su envergadura surrealista); sin embargo, por la forma en que se mostró la escena pareció que el director se estaba tomando en serio cosas como esta, tal vez porque el público al que iba dirigido el filme no hubiera entendido rápidamente –para lo que requería la trama– una respuesta del siguiente tenor: “21 años del imperio de Adriano”. El balance final no es positivo, pero bueno, digamos que se deja ver. Ahora, dado que hay una segunda parte (del 2014), mejor no tomo el riesgo de verla. 2018-09-18.


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