Sobre cómo un hombre enfrenta sus convicciones ante el miedo (el cine como motor de buenas historias)

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Vi “Silence” (EEUU, 2016) dirigida por el reconocidísimo Martin Scorcese [1942- ], con guion de Jay Cocks y del propio Scorsese, basada en una novela de Shusaku Endo [1923-1996] escrita en 1966. Como dato curioso, Scorsese planeó la película desde 1990, debiéndola aplazar varias veces por otros compromisos fílmicos. Igualmente, esta es la segunda adopción de la novela de Endo, siendo la primera la versión de Masahiro Shinoda de 1971. Scorsese decidió ser lo más fiel posible a la novela, salvo en pocas escenas (como el crucifijo que se le puso en la mano al sacerdote antes de su cremación). El reparto es imponente: Andrew Garfield,  Adam Driver,  Liam Neeson, y Ciarán Hinds, entre otros. La cinta se desenvuelve en Japón, en el siglo XVII. Dos jesuitas portugueses viajan clandestinamente a la isla para buscar a su mentor (el Padre Ferreira), en momentos de una profunda represión contra el catolicismo, lo que hace, para uno de dichos jesuitas, cuestionar el fundamento de su propia fe. Ahora bien, de la película hay que empezar diciendo que es una obra maestra en los componentes técnicos. La fotografía, por dar un ejemplo, es magnífica. A esto habrá que sumarle que es una buena recreación física (no tanto en lo espiritual, como lo mencionaré más adelante) del Japón de aquella época. Pero donde quiero centrarme es la magia de la narración: Scorsese se ha caracterizado por ser un buen narrador visual; de él se ha dicho que es de los mejores contadores de historias de Hollywood, cosa que se debe a que él sabe la potencialidad del cine no sólo para narrar sino también para conmover y provocar la reflexión del público. Pasando a otro tema, debo agregar que si bien la historia es fascinante y el contexto de la persecución a los católicos fue real, la cinta no deja de estar en la cosmovisión contemporánea y está alejada de la forma de sentirse la religión en el catolicismo de la contrarreforma. En cierto sentido, el jesuita protagonista de la cinta piensa más un atormentado hombre católico del siglo XXI (que implora pero no obtiene respuesta, de allí el título: Silencio) que como un jesuita (con todo lo que ello implicaba) del siglo XVII. No fueron pocos los momentos en que, como historiador, me sentí molesto con varios diálogos suscitados que no correspondían con la forma de pensar de los jesuitas ibéricos, punta de lanza de la contrarreforma. Pero, ¿acaso un filme debe ser coherente con la historia? Pues claro que no; sin embargo, como no falta aquel cuyos conocimientos históricos se fundan en las películas que ve más que en los libros que lee, hago esta aclaración. La recomiendo, entonces, sin miramientos. 2018-01-05.



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