Sobre el valor político de recordar el terror: Alias la gringa, Perú, 1991

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Vi “Alias La Gringa” (Perú, 1991) dirigida por Alberto Durant (esta es la primera película que yo le veo, dejo un link con una entrevista que le hicieron al respecto) y con guion escrito por el propio Alberto Durant, José María Salcedo y José Watanabe, adaptación de las historias de un preso peruano en épocas de la lucha contra la guerrilla comunista de Sendero Luminoso. El filme se convirtió en un ícono del desarrollo fílmico peruano y, como tal, tiene los defectos fundamentalmente técnicos de que adolecen las cintas latinoamericanas hasta hace muy poco: manejo rudimentario de cámara, actores secundarios sobreactuados, sonido poco aprehensible además de lo incómodo de las grabaciones de estudio superpuestas a las escenas, etc. Sin embargo, a pesar de las clarísimas falencias técnicas, que generalmente se achacan a problemas de producción y financiamiento, la historia en sí me agradó, me atrapó. Claro está que hay momentos de desenlace realmente inverosímiles (solo doy uno: en plena operación contrainsurgente en una cárcel, el profesor está oyendo música clásica en su celda mientras está rodeado de explosiones y balas). Pero la historia es muy atractiva y me entretuvo: la vida de un hombre que escapa continuamente de prisión (apodado La Gringa, interpretado por Germán González: aplausos) con tal de volver a ver a su novia (Elsa Olivero), pero que debe saldar una deuda de honor con otro prisionero, un profesor universitario al que le debe la vida, quien quedó en la cárcel esperando una improbable amnistía a los prisioneros políticos. Este filme sirve para la reflexión sobre los angustiosos años 80 peruanos (que no pude dejar de relacionar con “Viaje a Tombuctú”, 2013, de Rossana Díaz), a la vez que permite meditar sobre el peligro que representa tanto la radicalidad del discurso político (que una vez radical ya deja de preocuparse por lo humano), como la supremacía del amor (ideal o real) en los momentos de angustia del hombre. El discurso del amor sirve de tabla de salvación para quien de otra manera caería en la guerra o en la locura (o en ambas, pues no son excluyentes). Claro está que el filme se cuida de hacer crítica social explícita, pero no por ello el espectador no deja de sentirse incitado a juzgar el contexto de conflictos armados como los que ha vivido Perú y Colombia, lo que se convierte en un plus de cómo reflejar en el cine lo que se siente políticamente. En este sentido, se explica por qué el carácter de hito de esta obra en la cinematografía peruana: es un culto a la rememoración que requiere la generación que vivió esos turbulentos años en la que las personas quedaban contra la espada y la pared. Sin recordar se corre el riesgo de repetir. La recomiendo: 12-07-2016.


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