Sobre cómo los abogados aumentan el conflicto

Tomado de: aquí
Vi “Historia de un matrimonio” (Marriage Story, 2019, EE. UU.), dirigida y escrita por Noah Baumbach [1969-], quien viene de una familia dedica al cine y la literatura. La música es mérito de Randy Newman y la fotografía de Robbie Ryan. Está protagonizada por Scarlett Johansson (aplausos) y Adam Driver (aplausos, con ovación de pie), Laura Dern (aplausos), Ray Liotta y Alan Alda. La obra trata de Charlie (Adam Driver), director de teatro de New York, quien se está divorciando de su esposa Nicole (Scarlett Johansson), actriz dramática. Sintetizando, estamos ante una película de culto, pues ya está considerada dentro de las que mejor trata el tema del amor, el matrimonio y la ruptura en la historia del cine.

La cinta, claramente, tiene muchos méritos, pero como es común es mis reseñas, prefiero centrarme en las reflexiones que convoca. En este caso quisiera centrarme no tanto en la historia de amor, que va y viene, en la vivencia de un divorcio y en el duelo que provoca, sino en lo que los abogados ofrecen a los que antes se profesaron cariño. Los abogados venden una saturación: romper con el otro, como forma de sublimar el duelo, a la vez como mecanismo de ganancia económica. Veamos.

Charlie y Nicole son un matrimonio que, a primera vista, comparten gustos, pasiones y se admiran mutuamente. Pero, en el fondo, emerge paulatinamente, más en ella que en él, el hastío, el cansancio, la duda de si esa es la vida que se quiere vivir. Al no confrontarse a tiempo estos sentimientos, aparece una emoción difícil de definir: ¿el desamor? Ella pide el divorcio y él lo acepta, deciden transitarlo amigablemente, pues hay un hijo de por medio, hasta que ella, influenciada por una amiga, contrata una abogada (Laura Dern) que ofrece conflicto, rabia, destrucción del otro. Esta abogada convence a su cliente que es necesario un litigio para obtener mucho más de lo que ella quería inicialmente. El otro, asombrado por el cambio de tono del divorcio, contrata inicialmente un abogado (Alan Alda) que entiende su profesión como conciliadora. Este abogado ofrece a su cliente una transición corta, un divorcio lo más amigable posible, y defiende sus intereses, pero sin responder a la agresividad que plantea la contraparte. ¿Por qué este abogado actúa así? La película sugiere que es porque ese abogado pasó por lo mismo y considera que es lo mejor para el menor involucrado y para su cliente. Empero, el divorcio ya se volvió una lucha, una competencia, una revancha. Charlie desconfía de su abogado conciliador y prefiere conseguir otro (Ray Liotta) que muestre tanto los dientes como la abogada de Nicole y todo termina en una guerra ante tribunales como exteriorización de la rabia interna que cada uno siente por una relación que se destroza cada vez más. Y justo aquí es que se produce una discusión entre la pareja de exesposos que se ha vuelto de culto, escena que no puedo dejar de mencionar como de los mejores momentos dramáticos que he visto en muchos años.

Pero volviendo a lo que me ocupa, una vez se firma el divorcio, que termina llevándose los ahorros de los padres para la educación del hijo, aparece un gesto reconciliador, una vez los abogados se retiran con sus bolsas llenas.

Llamo la atención, para una reflexión desde la ética profesional, en estos tres aspectos: 1) los abogados picapleitos, como perros rabiosos, se quedan con los ahorros de sus clientes, a la vez que destruyen los buenos sentimientos que aún se profesaban los esposos en divorcio, y cuando se retiran, al firmarse el divorcio, algunos de esos sentimientos reaparecen. 2) El abogado que no corresponde a ese prototipo rabioso es excluido del conflicto, pues no responde a la rabia que se acumulaba con la actuación de los picapleitos. El único que entiende la razón de ser de su profesión (facilitar el tránsito doloroso del cliente, sin aumentar las rabias) no tiene éxito en su gestión. Antes bien, es despedido. 3) El conflicto no es controlado por el derecho, antes bien, se incrementa.

Este filme es un excelente ejemplo que permite evaluar el efecto cultural de lo que se ha convertido el ejercicio profesional del derecho en muchos casos: en vez de propiciar la convivencia desata los demonios que la impiden. Muchos grandes iusfilósofos han llamado la atención que esta actitud pleitómana, arrogante y rabiosa de los abogados termina por desvirtuar la razón de ser del derecho, de forma tal que el conflicto real (no el jurídico) no se resuelve por intermedio del derecho, sino que crece gracias al derecho. Por poner un ejemplo, los líderes de la Escuela del derecho libre de principios del siglo XX criticaron sobremanera este comportamiento. Esto aunó para que aparecieran otras profesiones que sirviesen para canalizar realmente ese conflicto, como la medicina y la psicología, por dar dos casos, pero, a lo que voy, es que el derecho, por esa visión pleitómana, ayudó a la mala imagen que los abogados tienen en la sociedad, de un lado, y que este sinsabor cultural ante esa forma de ejercer la profesión está alimentando otras respuestas que están por venir, como sería la inteligencia artificial administrando justicia y colonizando el derecho, del otro.

Esta obra debe ser objeto de estudio por juristas y estudiantes de derecho, pues da en el clavo de los reclamos que desde la filosofía, la filosofía del derecho y el arte (por ejemplo, la literatura) del derecho se han hecho, desde hace mucho tiempo, sobre la soberbia y la agresividad de algunos litigantes. La recomiendo plenamente (2024-07-14).



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