Tomado de: aquí
He terminado de leer un
clásico de la literatura que, debo confesar, no lo había hecho antes. Si bien
me considero un buen lector, no había leído casi nada de Camilo José Cela [1916-2002],
salvo su novela La colmena con su adaptación al cine (película española dirigida por Mario Camus en 1982). Gracias a un
querido amigo español, accedí a una buena edición de este texto y debo señalar
que, si bien aprecié su forma de escribir y la genialidad de varios apartados,
no es el tipo de literatura que me entretiene. Sí, lo he dicho bien: no me entretiene.
Es que, como lo dice el propio Cela (Cfr. “Estética de la novela en Miguel de
Unamuno”, 1943), la primera función de la literatura es esa, luego que se le
agregue lo que se quiera. Y en lo que respecta al entretenimiento, hay tantos
gustos como personas.
Ahora bien, esta obra en concreto siempre recibió una fuerte estima de su autor y sus expertos, a pesar de ser una obra que, si le creemos al primero, pasó sin pena ni gloria durante mucho tiempo. Y sobre esto quiero resaltar dos asuntos. El primero es lo amargo que fue para Cela que no haya recibido ningún premio en su momento, que era la forma en la que los literatos “cuadraban” sus ingresos. Esto lo atribuye a cierta mediocridad de los que eran aplaudidos en los certámenes oficiales, quienes seguían la fórmula de Beaumarchais para subir: sé mediocre y rastrero (decía Beaumarchais con más amargura que cinismo). Tal como señaló Cela en 1982: “Durante la cuaresma suelo refocilarme en el pensamiento de los escritores a quienes no hace caso ni Dios, porque de ellos será el reino de los premios y las gimnásticas bienaventuranzas administrativas. La familia de Pascual Duarte no tuvo jamás ni un solo premio” Cela, “La familia de Pascual Duarte, 1942-1982” (Los cuadernos del norte, 15, 1982, p. 3). El segundo tiene que ver con la dedicatoria: “Dedico esta edición a mis enemigos, que tanto me han ayudado en mi carrera”. Con esto él resalta una verdad a voces desde el inicio de la humanidad: hay ciertas personas que sus energías provienen de imponerse sobre el rechazo. Si los enemigos de este tipo de personas supieran esta verdad, no los criticarían, los aplaudirían.
Cela, claramente, está influido por Ortega en lo filosófico (pues sus personajes son víctimas de las circunstancias en una realidad construida a partir de perspectivas individuales, entre otros aspectos) y a Baroja en lo literario (aunque divaga mucho menos que él). En este caso en concreto, Pascual Duarte es un “modelo para huirlo” (p. 100), una especie de antihéroe atormentado en un contexto retratado desde el realismo moral donde se lee la crudeza (que va desde el asesinato de mascotas, pasando por la exhibición del maltrato infantil y llegando a la descripción del homicidio de quien es amado/odiado). Dice el protagonista: “No quiero pedir el indulto, porque es demasiado lo malo que la vida me enseñó y mucha mi flaqueza para resistir al instinto. Hágase lo que está escrito en el libro de los cielos”, p. 103.
Todo esto da lugar a una novela con fuerza y arriesgada, tal cual como le gustaba a su autor: “La novela precisa de una verdad entrañable, de una verdad de cuerpo entero, de una verdad muy digerida por su autor. El autor novelista debiera tener cuatro estómagos como los bueyes… Con cuatro estómagos no hay quien se atreva a hacer equilibrios” C.J. Cela, (p. 56, en la introducción a la obra que ahora comento). En fin, una novela del mal o que por lo menos lo retrata, pero no el mal absoluto, sino del mal que aparece y desaparece entre quien no se sabe si es bueno o no, una novela sobre gentes malditas donde nadie reclama una victoria, máxime que la victoria es embriagadora, también envenenadora, la victoria acaba confundiendo al victorioso y adormeciéndolo” (Mazurca para dos muertos. Barcelona: Seix Barral, 1983. pp. 204-205). Una novela hecha por un enamorado de la realidad, quien goza con observarla, sin juzgarla.
Igualmente, la fineza de las letras de Cela se ve en estos apartados: 1) “Mi mujer, que en medio de todo tenía gracia, decía que las anguilas estaban rollizas porque comían lo mismo que don Jesús, sólo que un día más tarde” (p. 113). 2) “En un enemigo rabioso, que no hay peor odio que el de la misma sangre… porque a nadie se odia con más intensos bríos que a aquello a que uno se parece y uno llega a aborrecer el parecido… Odiarla, lo que se dice llegar a odiarla, tardé algún tiempo -que ni el amor ni el odio fueran cosa de un día-” (p. 135). 3) Sobre el matrimonio: “los corderos quizás piensen lo mismo al verse llevados al degolladero” (p. 149). 4) “Habrá que huir; que huir lejos del pueblo, donde nadie nos conozca, donde podamos empezar a odiar con odios nuevos” (p. 175). 5) “Un mes sin escribir es mucha calma para quien tiene contados los latidos” (por estar condenado a muerte, p. 180). 6) “Si los hombres del campo tuviéramos las tragaderas de los de las poblaciones, los presidios estarían deshabitados como islas” (p. 185). 7) “No me sentía malo -bien Dios lo sabe-, pero es que uno está atado a la costumbre como el asno al rosal” (p. 190). 8) “Todo llega en esta vida, menos el perdón de los ofendidos” (p. 203). Y 9) “huir donde nadie pudiera saberlo, donde se me permitiera vivir en paz esperando el olvido de las gentes, el olvido que me dejase volver para empezar a vivir de nuevo” (p. 217, ¿quién no se ha sentido así?).
Creo que es importante su lectura, pues por algo es considerada una joya de las letras hispánicas del siglo XX, aunque en cuanto gustos, cada cual juzgará. (2023-04-13).
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