Sobre cómo los errores del Estado (con)mueven al intelectual

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Vi “J'accuse” (“El oficial y el espía”, 2019, Francia) dirigida por Roman Polanski [1933-] y escrita por el director junto con Robert Harris, autor británico, basándose en una novela de este último: “An Officer and a Spy” (2013). El reparto es de lujo: Jean Dujardin, Louis Garrel, Emmanuelle Seigner y Grégory Gadebois, entre otros. La película narra, desde un ángulo diferente, una historia que todo francés sabe: el aberrante proceso judicial por traición, a fines del siglo XIX, contra el capitán francés Alfred Dreyfus, judío, quien fue el chivo expiatorio del gobierno y el ejército para quedar bien ante la opinión pública, una vez se supo que había un espía dentro de la milicia que pasaba información al enemigo histórico: Alemania. Digo que es una historia narrada desde otro ángulo, porque no se centra tanto en Dreyfus ni en el escritor que hizo inmortal la canallada de la sentencia condenatoria, Émile Zola [1840-1902], sino en el coronel Georges Picquart, encargado de una unidad de inteligencia quien descubre al verdadero espía y lucha porque se declare la inocencia de Dreyfus. Hay que agregar que esta cinta ha merecido muchos premios como, por ejemplo, el gran premio del jurado y premio FIPRESCI en el Festival de Venecia (2019), tres premios César 2019 (mejor director, guion adaptado y vestuario), nominación a mejor filme, mejor director y mejor actor para los Premios del Cine Europeo (2019), nominación a mejor película europea en los Premios Goya (2020), entre otros.

Pasemos a los elementos estéticos: el filme es un muy buen producto, y no se espera menos de un director tan experimentado y reconocido. Destaca el excelente manejo de los detalles, no solo estéticos sino narrativos. Por ejemplo, se nota a leguas cómo se cuidan todos los aspectos en las locaciones y el vestuario. Agrego que el guion es muy interesante, y atrapa al espectador a la vez que lo conmueve ante tamaño acto de corrupción militar y judicial. Para concluir lo estético, la obra es más que correcta, aunque no es, ni será, la más importante del director.

Pero en lo que quisiera centrarme es en el tema político. En primer lugar, la película, que a su vez es fruto de una novela histórica, está bien narrada, aunque no podemos pedirles a dos piezas artísticas (la cinta y la novela) precisión ni mucho menos fidelidad con los hechos. Saber, entonces, qué tan apegada a los hechos ha sido la cinta es tarea imposible, a la vez que innecesaria; sin embargo, el filme logra narrar con gran destreza, afectando las emociones del espectador, un acto de corrupción militar y judicial que quebró la historia del estatalismo en Francia. Me explico mejor: durante todo el siglo XIX la ideología dominante señalaba que el Estado, al ser soberano y máxima expresión del contrato social, no podía ser cuestionado, moral ni jurídicamente, en sus actos (durante mucho tiempo se creyó que el Estado era inmune jurídicamente por ser soberano). En este sentido, cuando alguien cuestionaba al Ejército de inmediato se enfrentaba a la doctrina dominante que señalaba que el Estado y sus fuerzas armadas eran buenas y sabias per se.

No obstante, ante la injusticia del caso Dreyfus, una pluma altamente reconocida en su momento, Émile Zola, decidió no dejar que esto cayera en el olvido y, sabiendo que esto le saldría caro (incluso, hay quienes sospechan que su muerte en 1902 no fue natural sino orquestada por el Estado), escribió una obra, “J'accuse”, que además de exhibir la corrupción existente en su momento, de lograr  que muchos de sus lectores entendieran que lo mejor para el Estado es denunciar sus hechos inmorales, cimentó un concepto que va a durar hasta nuestros días, el de “intelectual comprometido”. Zola reclamó que los intelectuales (entre los que él ubica a los artistas) no pueden quedarse con brazos cruzados ante el malestar de su época. El intelectual tiene un compromiso político con la transformación de su entorno y la denuncia de los hechos repudiables del poder. Sin embargo, en la obra que ahora reseño, el rol de Zola apenas es mencionado, pero aun así va al mismo punto: hay que volver parte de la memoria colectiva a las víctimas de la historia y del Estado, como una forma de evitar que situaciones como esas se repitan, y Polanski así lo hace con este filme.

En segundo lugar, muchos han querido ver que Polanski se ubica como un nuevo Dreyfus, una víctima judicial del sistema estadounidense, que lo acusa de diferentes delitos, como pederastia y violación. Realmente en la película no se infiere esto necesariamente, pero quedo con la duda de si el director se cree una víctima de la historia por esas acusaciones que recaen sobre él desde 1977, y si él quiso que la cinta fuese su forma de confrontar al poder judicial que lo acusa desde hace varias décadas. Al respecto, sugiero leer: aquí.

Ahora, sin duda alguna, el que vea el filme dejará de presumir ingenuamente que el Estado, sus fuerzas armadas y el poder judicial son buenos y sabios por naturaleza, pues gracias al arte y a los intelectuales, se han podido conocer algunos casos (de los muchos que ha habido) pero que han bastado para poner en duda el estatalismo y su positivismo ideológico (presuponer que la norma estatal, por ser el Estado soberano, es buena y sabia).

La recomiendo entonces, por sus detalles, su buena narración y, especialmente, sus aristas políticas, pues propicia reflexión y debate. 2021-06-28.



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