Reseña de GROSSMAN, Vasili. Stalingrado. Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2018.


Leí "Stalingrado" (GROSSMAN, Vasili. Stalingrado. Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2018. 138p.)

Grossman [1905-1964] ha sido considerado por muchos como el mejor escritor ruso del siglo XX, lo que no es para menos atendiendo la gran tradición de la literatura de dicho país. Sin embargo, la fama que este autor logró (fuera de la URSS y luego de su muerte) es proporcional a lo que padeció bajo la dictadura comunista. Su obra maestra, inigualable, Vida y Destino, fue prohibida bajo el gobierno de Nikita Jrushchov, lo que le valió a nuestro autor ser condenado al ostracismo. Pero una respuesta así era de esperarse, ya que dicha novela reflejaba el desmoronamiento moral del comunismo en manos de Stalin, de un lado, y criticaba cualquier totalitarismo, de derecha o de izquierda, que pretendiese imponer un destino sobre la vida de los individuos, del otro. Fue toda una casualidad que esa obra maestra haya podido salir de Rusia y ser publicada en los años 80 del siglo pasado, para bien de la literatura universal y como aliciente para los corazones y las razones de aquellos que le siguen apostando a la democracia como el menos malo de los regímenes (afirmación que encontramos en Aristóteles, libro VIII de la Ética Nicomaquea, que luego será inmortalizada por Winston Churchill).

En este caso, Stalingrado es una de sus obras periodísticas, pero con ánimo político (propagandístico), que relata la feroz batalla por la posesión de aquella ciudad sobre el Volga, batalla que va a cambiar el curso de la historia en tanto marcó un punto de inflexión de la guerra a favor de los soviéticos sobre los nazis. Leí por primera vez a Stalingrado (30-11-2012) en una compilación en español de los textos periodísticos de Grossman, cuando fue corresponsal de guerra del ejército rojo, denominada Años de guerra (Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2009). Ahora, vuelvo a tener la oportunidad de releer el texto, editado en separado por la misma editorial, para confirmar mi impresión inicial: estamos ante alguien que sabe relatar una historia, con un muy buen ritmo, de un lado, y una forma de retratar el drama humano con adjetivos soberbios y sustantivos exactos, del otro. Sin embargo, se trata de una obra política, mejor dicho, de propaganda, para ser publicada por partes en los diarios oficiales del régimen, de manera tal que la intención de sobredimensionar el esfuerzo bélico y la valentía heroica del soldado ruso, mientras menosprecia la acción político-militar alemana, es tan evidente que, a veces, cae en la ingenuidad, ante lo cual un espectador crítico no dejará de sentirse provocado. Ejemplo de esto es cuando sugiere que relatar toda la valentía de los infantes rusos sería imposible: “Yo particularmente creo que no tiene sentido discutir sobre la valentía con los hombres del frente. Cada uno es valiente a su manera. El árbol de la valentía es inmenso y frondoso, sus mil ramas se entrelazan y elevan al cielo la gloria de nuestro ejército, de nuestro gran pueblo” (p. 72).

Quitando de vista esa intención política, queda en el fondo el relato dramático de quien experimenta una guerra de máquinas, una guerra fruto del industrialismo fascista contra el comunista (sobre el industrialismo stalinista, ver p. 61), una guerra de tal magnitud que se impone la muerte en masa como la única manera de evitar que el enemigo avance “dos casas” (ya que el contexto es una batalla urbana). Y Grossman sabe relatar ese drama, pero no tanto en la esfera de los altos círculos del poder (aunque deberá dedicarles algunos relatos, como lo veremos luego, pues a fin de cuentas era parte de su labor propagandística), sino más en los ciudadanos, los soldados (como los francotiradores Chéjov y Záitsev, que se lograron famosos, en buena medida, gracias a estos relatos y uno de ellos logró inspirar una famosa película de Hollywood), los suboficiales y los oficiales de baja graduación, sobre los que versan la mayoría de las narraciones que nos trae este libro, quienes son los que hacen y viven la guerra, los mismos que vuelven a sus compañeros de armas su única familia, pues “el camarada en el combate es más que el padre y la madre” (p. 24).

Quisiera traer a colación algunas citas de esta obra, como ejemplo del valor literario y de la capacidad de atrapar el drama por parte de nuestro autor. Empecemos con la descripción del ciudadano que termina siendo un soldado rojo; leamos: “Hay hombres para quienes su más alto destino son las penalidades y asperezas de la guerra. Y cuando se ve a uno de estos hombres en la sala de un teatro, en una exposición de pintura, en el ambiente familiar, en zapatillas, en mangas de camisa o en traje claro de verano, sin querer uno adivinar en sus rápidos y bruscos movimientos, en su mirada que en algunos momentos se hace severa, en su hablar reposado y autoritario, que el destino, tarde o temprano, le deparará las penosas privaciones de la guerra” (p. 58).

Al referirse a la cotidianidad de la guerra, donde civiles y militares se cruzan en el camino, Grossman nos da cuenta de su estilo: “Y aquellos chiquillos descalzos que corrían por entre las humeantes cocinas de campaña de los soldados, que recogían las vainas vacías y jugaban a la guerra allí donde la guerra se hacía” (p. 59). O, “deseaba que volvieran aquellos niños y niñas que con seriedad de ancianos acompañaban con la mirada a las tropas que se dirigían a Stalingrado” (p. 74).

Igualmente, al referirse a los comandantes, no dejaba de usar alegorías inspiradoras, que lograsen detonar en el lector un amor a la madre patria, a la vez que el entendimiento de lo que se estaba jugando en Stalingrado, ya que esta batalla, por su importancia estratégica, se volvía una acción más que política, se transformaba en poesía, como lo relata al referirse al general comandante de uno de los ejércitos apostados en Stalingrado, Chuikov: “Sentía y vivía todo el romanticismo de esta batalla, su cruel y sombría belleza, la poesía de la guerra, la poesía de la defensa a vida o muerte, a la que obligaba con órdenes férreas a jefes y soldados” (p. 109). Algo similar a lo que nos narrará del jefe del frente de Stalingrado, quien sería así un fiel representante del materialismo dialéctico marxista: “Para Yerémenko, la guerra es la continuación de la vida, es la vida cotidiana. Las leyes de la guerra con las leyes de la vida. No existen en ella los misterios kantianos de la «cosas en sí»” (p. 129).

En conclusión, estamos ante una obra menor (si la comparamos con Vida y destino), tanto en lo literario como en lo político; sin embargo, Stalingrado deja en claro el poderío de Grossman quien fue capaz de hacer con las letras lo que el ejército soviético hizo en la ciudad del Volga. La recomiendo. 2020-09-03.


Dedicado a MFB

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