Sobre cómo la realidad y la fantasía se entrecruzan en una autopista de la Florida

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Vi “The Florida Project” (EE.UU., 2017), dirigida por Sean Baker [1971- ]. Debo confesar que es la primera película que le veo, pero observo que tiene muy buenas referencias como director independiente, uno que tiene aún lo mejor por dar. El guion es del propio director junto con Chris Bergoch. La música es mérito de Lorne Balfe y la fotografía de Alexis Zabé. El reparto está integrado por Willem Dafoe (aplausos, único actor profesional del filme), Brooklynn Prince (quien empieza aquí la que puede ser una brillante carrera como actriz), Bria Vinaite y Caleb Landry Jones, entre otros. La cinta puede considerarse de drama social, pero con algunos toques de comedia. Narra, desde la visión de una niña de 6 años (Prince) y del conserje (Dafoe), la dura vida de un grupo de familias pobres que viven en un motel barato al lado de una autopista de Florida, cerca del turístico mundo Disney.
Frente a los elementos estéticos, empecemos resaltado la brillante interpretación de Dafoe, que le generó varias nominaciones a mejor actor de reparto o secundario (incluyendo una a los Premios Oscar). Dafoe se preparó muy bien, incluso con inmersión real en el ambiente en el que se rodó la obra. Otro aspecto que vale la pena mencionar es que se filmó en 35 mm, pero la escena final, en Magic Kingdom, dentro de Disney World, se realizó con un teléfono inteligente, sin conocimiento ni autorización expresa del parque. Este director ya había filmado con teléfonos inteligentes parte de sus anteriores películas, por el efecto que genera en el espectador: lo acerca a la trama pues el resultado de lo que toma el lente de una cámara de teléfono es más cotidiano que el del lente de una cámara profesional.
Pasando a asuntos de contenido, el filme sirve como retrato de una microsociedad en riesgo, que se tambalea entre la crisis económica, los peligros de un entorno difícil y la esperanza de la amistad infantil. Este buen retrato de esta microsociedad podría servir de pieza de estudio para trabajos sociológicos y antropológicos. Pero la cinta no se queda allí, dado que la mirada de los niños, con la tierna complicidad del conserje, termina por despertar emociones, empatía y, de vez en cuando, risas, al mismo tiempo que el espectador cae en cuenta de la dura realidad que atraviesan los que son marginados o confinados a las “esquinas” o los “límites” de los centros urbanos (de allí la oposición planteada entre el motel y Disney World). Dicho con otros términos, la obra no se queda en los estrechos marcos de la denuncia social (de mostrarnos la “anormalidad” de amplios sectores sociales que, así, permite la “normalidad” de reducidos grupos), pues va más allá en tanto vuelve entrañable la narración de ese micromundo desde la tierna y la ingenua mirada de los niños que, sin darse cuenta aún, padecen la exclusión.
La magia del director es que recuerda la candidez de la humanidad, la que crece hasta en los espacios más marginados de la sociedad. Recupera lo humano en espacios donde esto se quiere o se puede poner en entredicho. Es, metafóricamente, una fotografía de una hermosa flor que surge en mitad del pavimento de una ciudad contaminada.
Para concluir, es de señalar que el director apostó a que el final quedase abierto a la libre interpretación del espectador. Nada mejor para ello que la escena final fuese la de dos niñas que se reencuentran en un mundo tan fantasioso para algunos, y tan real para otros, como lo es el de Disney.
La recomiendo, especialmente, por la entrañable forma de contar la desgracia humana y la alegría de los niños. 2020-06-01.



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