Sobre cómo el drama (de la competencia de la vida) termina siendo farsa

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Vi “I, Tonya” (EEUU, 2017), dirigida por Craig Gillespie [1967-], quien cuenta en su haber con varios largometrajes mediocres y algunas series de televisión más o menos exitosas, pero que con esta película logra una obra maestra, por los motivos que luego enunciaré. El guion es mérito de Steven Rogers, por el cual ha ganado, merecidamente, varios reconocimientos. El reparto es muy bueno e hizo bien su trabajo: Margot Robbie (aplusos), Sebastian Stan y Allison Janney (aplusos), entre otros. Estamos ante una cinta en la que confluye el drama, el biopic, el falso documental y la comedia negra. Logra retratar, por fuera del sensacionalismo del tabloide amarillista, uno de los mayores escándalos de la historia del deporte: en los años 90 del siglo pasado, la patinadora sobre hielo estadounidense Tonya Harding [1970-], proveniente de una familia humilde y llena de problemas, es condenada junto con su esposo y su supuesto guardaespaldas, por lesionar a su principal rival, la igualmente estadounidense Nancy Kerrigan [1969-], para obtener así una ventaja en la competición. Antes que nada, desde los aspectos estéticos, debo resaltar las actuaciones protagónicas femeninas: Robbie (quien hace de Tonya) y Janney (quien interpreta a la madre de Tonya) logran centrar la atención del espectador. Magnífico trabajo el que realizan; no en balde, entre los muchos premios y reconocimientos logrados, la mayoría de ellos se centran en el trabajo de estas dos actrices. Sigo con el guion. Este es de gran calidad, y eso se refleja, entre otras cosas, en el buen equilibrio que se logra entre los géneros que allí convergen: el drama, la comedia negra, el falso documental y la biografía. Eso sí, el drama, por la forma cómica en que es tratado, termina siendo una farsa. Otro mérito de la narración es que logra sacar el hecho o la noticia central (lesionar a su rival) del maniqueísmo y la morbosidad con la que quedó en la memoria de los medios de comunicación de la época, quienes calificaron a Tonya y su esposo como la pareja más odiada del momento. Y esto lo logra la película al presentar la noticia desde varios ángulos, llegando incluso a conmover al espectador, pues en no pocas oportunidades este logra sentir empatía con Tonya, especialmente cuando se narra su trágica historia personal en el marco de un entorno violento, desde que era niña hasta su adultez. Otro elemento a resaltar está con la apuesta narrativa propia del “falso documental”, pero que, en vez de centrarse en una sola versión de los hechos, deja que los supuestos entrevistados den sus versiones contradictorias. Se le deja al espectador de esta farsa la responsabilidad de establecer quién dice la verdad y hasta dónde es verdad lo que se dice. Dicho con otras palabras, el guion es tan extraño como original. Concluyendo, estamos ante una historia compleja (mas no complicada) que, a partir de varias ópticas, nos muestra la tragedia que supone, en cualquier persona, olvidar los límites de la competitividad, de un lado, y la necesidad de reconocer la derrota como una forma más de ser humano, del otro. Al fin de cuentas, Tonya vuelve a rehacer su vida: esa fue su mayor victoria en la competencia de la vida. Recomiendo la cinta, no solo por su forma tan original de ser narrada, sino también por la forma de mostrar la dureza de una vida dedicada a la alta competencia cuando el contexto estaba en contra, una vida dura, llena de rivalidades y retos, que exigen disciplina y pasión, que Tonya sí los tuvo, a la vez que límites y entereza, que le faltaron. 2018-12-17.


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