Bukowski, Charles, La máquina de follar, trad. De J.M. Álvarez y Ángela Pérez, Barcelona, Anagrama, 2013, 193p., ISBN: 9788433920447.
Esta es la selección de algunos cuentos de una de las obras mayores del autor estadounidense [1920-1994], Erections, Ejaculations, Exhibitions and General Tales of Ordinary Madness, obra publicada originalmente en 1974. Según la crítica literaria, Bukowski renovó el realismo, por medio de narraciones descarnadas, en primera persona, de un individuo que puede oscilar entre los 40 y los 50 años, que deambula entre bares, hipódromos, hospitales de caridad y prostíbulos; esto es, en los espacios considerados como decadentes por la moral puritana, que son a su vez los lugares cruciales de la definición de la biopolítica contemporánea, según Foucault. Dicho con otras palabras, los personajes de esta colección de cuentos son lo que se podría llamar “almas perdidas”, individuos que narran con una naturalidad subversiva ante los estándares morales su alcoholismo, su sexualidad (tanto hetero como homosexual), su enfermedad y su aburrimiento demencial. Lo anterior se puede evidenciar en citas como esta: “lo único que podíamos hacer para eliminar nuestras preocupaciones era joder… cada mujer jode de un modo distinto, y eso es lo que mantiene al hombre atrapado” (p. 7 y 12 respectivamente, cosa que me recuerda a esta otra frase de otro cuento de la selección: “toda mujer es una máquina de follar”, p. 190); o esta otra: “simplemente (los que atienden en una clínica de caridad) están tan aburridos y no les preocupa si tú te mueres; vuelas o tiras un pedo. No, más bien prefieren que no te tires un pedo” (29). De aquí que no nos extrañen sus frases políticas, que dichas en otra parte serían más que pecaminosas: “Chupasangre de fondos del condado. Un farsante y un (sic) mierda. Yo no entendía cómo no le habían elegido aún presidente de Estados Unidos”, p. 115); frase tan contundente como esta: “Johnson (el presidente de Estados Unidos) está perfectamente a cubierto de las balas de un asesino, no por el aumento de las medidas de seguridad, sino porque produce poco placer o ninguno matar a un hombre muerto” (p. 123).
Sin embargo, estos puntos de la decadencia son tan constantes en todos los cuentos que pareciera que se repite en cada uno de ellos la misma estructura narrativa, cambiando solo el contexto y algunas veces el objeto del fracaso humano. Este sería la principal crítica que me surge de leer el libro: la monotonía en los desenlaces narrativos. (Casi) siempre lo mismo.
Pero no por ello puedo dejar de aplaudir algunos aspectos centrales de su obra, pero como se trata de ser breves, me restringiré a la naturalidad con la que se narra no solo el desastre subjetivo sino sus peores perversiones. Un buen ejemplo de ello es el cuento “El Malvado” que expone cómo un alma perdida, entre ebrio y excitado, viola a una niña en un garaje de un edificio ante la mirada atónita de los amiguitos de la víctima. Una narración así, tan natural, tan políticamente incorrecta, pero tan majestuosamente escrita, es algo que se muestra demasiado subversivo. El arte como quebrantador, con su narración (sin necesariamente ser promotor o instigador) de la normalidad (de aquellos que “van del coño a la tumba sin que les roce siquiera el horror de la vida”, p. 114). Tremendo.
Resalto algunos cuentos. Empiezo con “Un lindo asunto de amor”, sobre cómo un alma perdida es objeto de amor de una mujer robusta, pero este hombre, sin saber por qué, la abandona para seguir su vida sin compromisos, un loco desde una orilla de la vida, un cuerdo desde la otra: “Un tipo acepta un talonario de cheques y ya está atrapado. Hipotecan sus vidas por comprar una casa. Y tienen que llenar de mierda esa casa y disponer de un coche. Quedan enganchados con la casa y los políticos lo saben y los fríen a impuestos” (p. 53). La locura de ser normal, que se explica con una frase de otro cuento de este libro: “siempre pensé que los que se levantan antes del mediodía son tontos de remate” (p. 109). Entonces, la verdadera locura sería la normalidad: “un hombre tiene que luchar tanto por la vida que ni tiempo tiene de vivirla” (p. 144, dice en otro cuento), mientras que el que se suele llamar loco, es una alma-libre.
Otro cuento que me gustó fue “Una conversación tranquila” donde un alma perdida, a su vez literato, aprovecha para dar su juicio sobre el estado de cosas actual (“-¿cuántos hombres debemos matar para avanzar un centímetro? –¿a cuántos hombres se mata por no avanzar en absoluto?”, p. 88, y “un valiente es casi siempre un hombre sin imaginación”, p. 89), sobre sus colegas y sobre la literatura en general. Este cuento está muy conectado con otro del libro “Ojos como el cielo”, donde se hace más énfasis en la pose que asumen los “literatos” para ser considerados como tales, a la vez que se ríe de las disputas a muerte entre los mismos: “pero es una poesía tan torpe que la torpeza se toma por significado oculto… el significado está oculto, no hay duda, tan bien oculto que no hay ningún significado. Pero si TÚ no puedes encontrarlo, careces de alma, de sensibilidad, etc., así que es MEJOR QUE LO DESCUBRAS O NO ESTÁS EN EL AJO. Y si no lo descubres, NO MOLESTES… y si piensas que Vietnam es un infierno deberías ver lo que pasa entre esos supuestos cerebros en sus combates, intrigas y luchas por el poder dentro de sus cárceles” (p. 121). Aspecto este que está, igualmente, conectado con “El gran juego de la yerba” donde expone con rudeza la vinculación, dentro de la pose, entre la yerba (marihuana) con el arte: “la yerba no produce el Arte: pero a menudo se convierte en el terreno de juego del artista consagrado, una especie de celebración del ser” (p. 151), o más bien, un artificio que permite a los locos creer que el más loco de todos es el mejor literato cuerdo.
Otro cuento bien interesante es “Notas sobre la peste”, claramente influido por el existencialismo francés, donde se alude a los otros, especialmente aquellos que se consideran exitosos y no ven su locura, quienes tanto incomodan a las almas perdidas. La peste es el otro, el que incomoda, el que impide la felicidad del desdichado, pero un otro que soy yo mismo: “¿habré estado escribiendo sobre mí mismo? Una peste apestada por pestes. Piénsalo” (p. 131). Rescato algo a lo que se alude en este cuento, un letrero que un literato puso en su puerta, para no ser incomodado por la peste (quiero uno así en mi puerta de la oficina): “A quien pueda interesar: telefonéame, por favor, para concertar una cita cuando quieras verme. No contestaré llamadas que no espere. Necesito tiempo para mi trabajo, no permitiré que asesines mi trabajo. Comprende, por favor, que lo que me mantiene vivo me hará más agradable contigo y para ti cuando por fin nos veamos en condiciones de tranquilidad y calma” (p. 128).
Otro cuento “Un mal viaje” si bien no es de los mejores narrativamente hablando, tiene muy buenas reflexiones, tanto que está a frontera del ensayo: “si prohibiésemos todo lo que vuelve locos a los hombres, toda la estructura social se derrumbaría: el matrimonio, la guerra, las líneas de autobuses, los mataderos, la apicultura, la cirugía… cualquier cosa puede volver loco a un hombre, porque la sociedad se asienta en bases falsas” (p. 132). “Sé lo bastante bueno en cualquier cosa y te crearás tus propios enemigos. Los campeones reciben abucheos. La multitud está deseando verles hundidos para arrastrarles a su propio cuenco de mierda” (p. 133). “La ley crea su propia enfermedad en mercados negros ponzoñosos” (pp. 133-134). Y, finalmente, “Cuidado con las trampas amigo, hay muchísimas, dicen que hasta Dios quedó atrapado en una cuando bajó a la tierra” (pp. 135-136).
Otro cuento “La manta” es bien interesante: narra, esta vez mostrando una buena dote de imaginación, cómo una manta quiere asesinar al narrador. ¿Puede ser real que una manta quisiera matarlo? Para saberlo, era necesario consultar con alguien: “Son necesario (sic) como MÍNIMO 2 votos para hacer real la realidad… Si eres el único que ves una visión, te llaman santo o loco” (p. 159).
Otro “Animales hasta en la sopa” es de los mejores de la compilación que ahora reseño. Un mendigo se enamora de una mujer que tiene en su casa un zoológico, y de esa relación nace el nuevo hombre que podrá sobrevivir a la hecatombe de la guerra nuclear. Pero lo subversivo del cuento está en la narración de la zoofilia-bestialismo de la mujer. No podía faltar lo incorrecto desde la orilla de la locura. Por demás, una frase me recordó la compasión schopenhaueriana: “Cayó sobre mí una tristeza incomparable. Al ver toda aquella vida que debía morir. Al ver toda aquella vida que tendría el primer turno para el odio, la demencia, la neurosis, la estupidez, el miedo, el asesinado, la nada… nada en la vida y nada en la muerte” (p. 178).
En conclusión, una obra que si bien es reiterada en los contextos de los narradores, logra cautivar por su realismo, que está de la mano con la exposición natural de lo anormal en el sistema de valores dominante. Momentos subversivos como este son necesarios para lograr descentrarnos, aunque fuese por pocos minutos. 2018-10-03.
El cuento el Malvado es una obra maestra. No tengo ahora un ejemplar del libro que lo contiene, y que leí hace más de 25 años. Pero hay brillante en el modo de manejar los tiempos narrativos, los resortes del humor, y cómo, el momento más terrible de la narración, rompe el ritmo de la misma. En el momento de la violación, que puede hacerse insoportable para el lector, Bukowski, inteligentemente, introduce la voz de los niños, desde su inocencia, y el contraste provoca risa. Claro, la risa nerviosa ante el horror, pero es mecanismo con el cual hace digerible la secuencia. Los niños dicen:
ResponderEliminar-va a meter ese chisme dentro de ella
-0h, lo ha metido todo
-He oído que es así como se hacen los bebés
-van a tener un bebé ahora?
Esa secuencia, que nos lleva a la risa, hace que podemos seguir leyendo el relato. Otra parte interesante es cuando dice: se enfrentaban dos infiernos, el de ella y el de él. Perdón si hay errores, estoy citando de memoria y escribiendo con un celular. Un saludo