Sobre cómo hacer un filme sobre el morbo sin llegar a ser de morbo

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Vi, de nuevo, “Tesis” (España, 1996), dirigida y escrita por Alejandro Amenábar [1972- ]. Incluso, como ha sido habitual en su filmografía, la música de esta cinta tiene el sello propio del director. Hay que agregar que este fue el primer largometraje de Amenábar (tenía 23 años cuando empezó el rodaje), quien hoy por hoy se consolida, y con sobrados motivos, como uno de los mejores directores no solo de Hispanoamérica sino también de Globo. El reparto era relativamente modesto, para aquel entonces, pero resultó ser una apuesta de lujo: Ana Torrent, Fele Martínez y Eduardo Noriega, entre otros. Esta película narra cómo Ángela (Torrent), quien hace su tesis sobre la violencia en la imagen audiovisual, y Chema (Martínez), ambos estudiantes de Imagen, descubren una red de cine snuff en su propia facultad. Ahora bien, antes que nada, que se sepa de entrada que estamos ante una película de culto, que ha cimentado una fama –bien ganada– que atraviesa fronteras, y que ha marcado un hito para el cine español en especial y para el género thriller en general. No en vano arrasó en 1996 con los Premios Goya. Pasemos ahora a unos datos curiosos de la cinta. El primero de ellos es que gracias a este filme, la palabra “snuff” pasó a ser de manejo común en la cultura hispanoamericana. Obviamente dicho género, que está en la frontera entre lo legal y lo ilegal, ya existía, pero fue vuelto visible por Amenábar y su investigación. Pero lo valioso es que él, para no caer en el morbo, no muestra directamente (salvo un par de excepciones y bien medidas) escenas snuff. Por medio del manejo de cámaras, y ayudado por el sonido, le sugiere al espectador las escenas violentas que los protagonistas supuestamente estarían viendo. El segundo es que Amenábar era estudiante de la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid, justo donde se filmó buena parte de la película. Incluso, el personaje de Jorge Castro, un profesor vital para el desenlace de la obra, fue llamado así por un maestro que reprobó a Amenábar la asignatura de “Realización Audiovisual”. Valga aclarar que dicho profesor se defendió de haber reprobado a un genio del cine, con un argumento más que válido: Amenábar no se presentó a los exámenes. En tercer lugar, es común a lo largo de la película remisiones a obras cinematográficas; en este sentido, es una película sobre cine, pero no sobre cine snuff (de lo que en esta cinta solo se habla o se oye, pero escasamente se ve) sino también sobre las obras que marcaron al director. En cuarto lugar, fue un excelente negocio, mejor de lo esperado para el director y su productor asociado (José Luis Cuerda). El presupuesto fue (aproximadamente) de setecientos mil euros y el recaudo de aquel entonces (hoy día ha aumentado seguramente pues sus derechos siguen cosechando) fue de más de dos millones seiscientos mil euros. En quinto lugar, Hollywood compró los derechos para un remake gringo, por medio del irlandés Jim Sheridan (“In the Name of the Father”, 1993). Sin embargo, nunca se logró hacer; pero las similitudes con la cinta “8MM” (EE.UU., 1999, Dir. Joel Schumacher, protagonizada por Nicolas Cage y Joaquin Phoenix) son tantas, que muchos consideran esta última como un remake que no llega a la altura de la película original. Claro está que Schumacher negó que trabajó sobre las ideas de Amenábar; algunos creen que dijo aquello para evitar el pago de derechos. En fin, estamos ante una de esas obras que es difícil olvidar, no solo por una trama que atrapa al instante (a pesar de un par de ligerezas en el desenlace, uno porque se pasa muy rápido el tema de las sospechas sobre Chema y segundo porque quedan dudas sobre cómo hizo este para identificar el garaje donde se filmaron las películas snuff), sino también por una edición bien cuidada y un excelente manejo de cámaras que aumentan la tensión de fondo. En este sentido, puede decirse, con toda propiedad, que estamos ante una obra que en vez de ser devorada, es ella la que devora al espectador. Finalmente, invito a reflexionar sobre el morbo como motor insaciable de muchas prácticas no solo culturales sino también estéticas. Ahora, el morbo, per se, no es censurable en tanto es natural, lo sería más bien por sus efectos en casos que se salen de la “medida”, palabra tan cara para la filosofía práctica. Claro está que esta cinta se cuida mucho de no propiciar el morbo de quien la ve y tampoco explorar el morbo que propicia el gran negocio del snuff, pero siempre está allí, como un protagonista detrás del telón. ¿Recomendada? Pues claro que sí. 2018-03-06.


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