Sobre cómo la noche lluviosa de una ciudad pasa a ser infierno y cielo de una pareja de solitarios

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Vi “La sangre y la lluvia” (Colombia, 2009) dirigida por Jorge Navas [1973- ], y con guion del propio Navas junto con Carlos Henao y Alizé Le Maoult. El reparto es interesante: Gloria Montoya (aplausos), Quique Mendoza, Juan Miguel Silva y Hernán Méndez (aplausos), entre otros. La cinta se concentra en una noche lluviosa (6 horas aproximadamente) en la que Jorge (Mendoza), un taxista aquejumbrado por la muerte de su hermano, y Ángela (Montoya), una mujer solitaria reina de la noche rumbera de Bogotá, se enfrentan a una temible banda de delincuentes liderados por el Teniente (Méndez). Ahora bien, la película es muy correcta en lo que atañe a su producción fílmica. Las escenas son limpias, el sonido (gran problema del cine colombiano) es bueno, etc. Hay un firme soporte preparado para que sobre él se monte una gran cinta. Y digo esto porque había materia para ello. No obstante, algo queda en el camino que impide que se desenvuelva cabalmente el drama propuesto: 1) el excesivo número de dudas que deja el filme: está bien dejar con intriga al espectador, pero esto debe tener un límite. En esta cinta, ni siquiera los elementos iniciales desencadenantes del drama se explican y el espectador tiene que hacer más conjeturas de las necesarias. 2) Los elementos desencadenantes del drama, en no pocos casos, son inverosímiles, sumados a ciertos detalles poco cuidados de los que un espectador, incluso el más despistado, se daría cuenta. Menciono solo algunos casos: a) los protagonistas fuman, incluso dentro de un hospital o dentro de una discoteca en un recinto cerrado; y b) los protagonistas son golpeados duramente, en diferentes momentos, pero pasados unos minutos de narración, son retratados cada uno como si las secuelas de dichos golpes (físicos y emotivos) hubieran desaparecido. Faltó un mayor cuidado en los detalles, de un lado, y en los desenlaces narrativos, del otro. Lo que sí rescato, como motor de reflexiones posteriores, pasa por el retrato de la soledad y el dolor en los protagonistas, de una parte, y la ciudad como escenario de la insolidaridad, de la otra. Frente al primer aspecto, la ciudad lluviosa es el infierno dantesco de dos solitarios que se encuentran y deciden cargar en el otro su propio dolor. En este sentido, estaba todo listo para que aflorase la empatía, inicialmente, y el amor, con posterioridad. Pero la cinta da un giro para la entrada de la violencia, y de allí pasamos al segundo aspecto. Si bien hay muchas dudas en torno a quién es quién y qué hay detrás de todo ese cuadro de violencia, la ciudad lluviosa es el “infierno de los otros”, unos “otros” insolidarios, una ciudad indiferente con el dolor que atraviesa sus calles. Ángela, la protagonista, a pesar de que querer esconder su dolor en la cocaína y la fiesta, es un puente de sensibilidad en la ciudad insensible. Este contraste es vívido en la obra. En conclusión, la película es interesante, entretiene (guardando las proporciones) e invita a reflexionar un par de asuntos. Creo, eso sí, que en vez de buscar un drama amoroso que cede ante la violencia urbana (que terminó pesando más en el guion), el filme habría dado mejores resultados si se quedaba en la complicidad afectiva que se gestó entre Jorge y Ángela. 2018-02-06.


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