Sobre cómo la insignificancia se expresa mediante el humor sublime

Resultado de imagen para la fiesta de la insignificancia frasesKundera, Milan, La fiesta de la insignificancia (2013), trad. Beatriz de Moura, Barcelona, Tusquets, 2014.


Estamos ante una obra diferente, por así decirlo, de Kundera [1929- ], no tanto por su forma de escribir sino más bien sobre lo que escribe. En este caso, es una novela basada en momentos inesperados, inverosímiles, absurdos, en una frase: para nada serios; pero que sigue, con buen equilibrio, en el drama, en la realidad novelada de cuatro amigos (Alain, Ramón, Charles y Calibán) que viven en París, quienes exponen sus éxitos, sus miedos y sus obsesiones. Además, esa realidad novelada se alterna con reflexiones que hacen que la obra se acerque mucho al ensayo, reflexiones sobre cosas absurdas superficialmente (como el ombligo (p. 129), Stalin y su cuento de las perdices (pp. 31-32 y 42-43) y la insignificancia) pero que, una vez el lector se da cuenta de su potencialidad, conlleva a la reflexión profunda.

En fin, ese humor (si es que así podemos llamarlo) que está en esta novela-ensayo, el autor lo asocia con la insignificancia [“D’Ardelo amigo mío, respira esta insignificancia que nos rodea, es la clave de la sabiduría, es la clave del buen humor” (p. 135)], a la que elogia grandilocuentemente:

“La insignificancia, amigo mío, es la esencia de la existencia. Está con nosotros en todas partes y en todo momento. Está presente incluso cuando no se la quiere ver: en el horror, en las luchas sangrientas, en las peores desgracias. Se necesita con frecuencia mucho valor para reconocerla en condiciones tan dramáticas y para llamarla por su nombre. Pero no se trata tan solo de reconocerla, hay que amar la insignificancia, hay que aprender a amarla” (p. 135).

“Cuando un tipo brillante intenta seducir a una mujer, ésta tiene la impresión de entrar en una competición. Ella también se siente obligada a deslumbrar. A no entregarse sin resistencia. Mientras que la insignificancia la libera. La descarga de precauciones. No exige ninguna agudeza. La despreocupa y, por tanto, la hace más fácilmente accesible” (p. 24).

Finalmente, estamos ante una clara obra schopenhaueriana, y no sólo porque hace mención expresa a dicho filósofo [incluso se pregunta si el mundo es una representación objetiva o varias representaciones subjetivas, apostándole a esto último: “hay tantas representaciones del mundo como hay personas en nuestro planeta; eso crea inevitablemente el caos” (p. 109)], sino también porque propone asumir la vida con un humor sublime [para lo que Kundera trae a Hegel: “En su reflexión sobre lo cómico, Hegel dice que el verdadero humor es impensable sin el infinito buen humor, escúchalo bien, eso es lo que dice literalmente: “infinito buen humor”; “unendliche Wohlemutheit!”. No la burla, no la sátira, no el sarcasmo. Solo desde lo alto del infinito buen humor puedes observar debajo de ti la eterna estupidez de los hombres, y reírte de ella” (pp. 94-95)], por su denuncia a la reproducción [(p. 72) y “Desde siempre me ha horrorizado la idea de arrojar al mundo a alguien que no lo ha pedido” (p. 122)] por medio de la madre que abandona a su hijo y quien hace una radiografía de la humanidad a partir de los cordones umbilicales -lo que lleva al análisis del ombligo como lo que nos recuerda que somos humanos arrojados- que unen, desde Eva hasta la actualidad a madres con hijos (pp. 97-99), por la ilusión de la individualidad [“Ya sé que la uniformidad está en todas partes. Pero en este parque, dispone al menos de una gran variedad de uniformes. Así puedes conservar aún la ilusión de tu individualidad” (p. 126)] y la contemplación de que este es el peor de los mundos posibles, pero que se asume vitalmente (de allí que la madre no logra suicidarse, p. 54).

Por lo anterior, es una buena obra, no de las mejores de Kundera, pero que aun así no es pérdida de tiempo encontrarse ante sus páginas.


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