Sobre cómo describir la atrocidad de la dictadura sin dejar de defender el honor de la virtud política

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Vi “El Presidente” (“The President”, Georgia, 2014), dirigida por el reconocido director iraní Mohsen Makhmalbaf [1957- ], perteneciente a la “nueva ola” del cine de su país, todo un personaje político que deja aquí plasmada la huella de sus pensamientos. Ahora bien, estamos ante una película del género drama, pero más específicamente de cine-político. La cinta narra los últimos días de un dictador de un país anónimo, que arruina a su pueblo mientras él y su familia viven en el lujo gracias a la corrupción. Una revolución lo destrona, por lo que escapa con su nieto, escondiendo su identidad. Durante su huida conoce el dolor de su pueblo hasta que es atrapado por antiguos soldados y ciudadanos oprimidos, quienes reclaman la muerte del dictador. El filme es, estéticamente hablando, tremendo. Las actuaciones son muy realistas. Me impresiona, sobre todo, la del nieto del dictador. La fotografía merece aplausos. En fin, una obra bien hecha. No en vano ha obtenido buenos reconocimientos como el “Hugo de Oro” del Festival de Chicago en la categoría de “mejor película”. Ya desde el contenido, la película, como ya lo había señalado, es un documento de denuncia política, la cual, para su análisis, dividiré en tres partes. La primera es cuando se exhiben los desmanes del presidente, lo cual está muy cercano (no me extrañaría que hubiese servido de fuente) a aquella serie de novelas del género de las repúblicas bananeras, que exponían las atrocidades, a la vez que las miserias, de los gobiernos dictatoriales latinoamericanos, siendo el mejor ejemplo de dicho género literario “La fiesta del chivo” (2000) de Vargas Llosa. También puede verse allí los vejámenes de la época del Sha, ante quien el director se enfrentó directamente siendo joven. Pero sea cual fuere la fuente de inspiración, esta primera parte deja en claro el gran problema que implica la acumulación del poder en el ejecutivo, el cual, si se asume como mesías o redentor, terminará por confundir (i) lo público con lo privado (el poder y sus privilegios pasan a ser asuntos familiares), (ii) el presidencialismo con la monarquía y (iii) la política democrática con la teología dictatorial. La segunda parte tiene que ver con la caída. Cuando el presidente huye, el espectador ve dos líneas que pudo haber seguido el guion. La primera es la empatía: que el dictador cae en cuenta de su maldad al ser testigo directo de las secuelas de su terrible poder, al poder ponerse en los zapatos de sus víctimas, de manera tal que logra así la redención; la segunda es que el dictador logra hacerse pasar por un peluquero y éste a su vez es obligado a vestirse como el dictador [línea narrativa que está presente en el The Great Dictator (1940) y The Dictador (2012)]. Pero ninguna de estas dos líneas sucede. El dictador atraviesa un país desolado, a veces parece ser tocado por lo que ve, otras parece que sigue siendo el mismo de antes. Justo aquí viene la tercera parte: el atrapado. El dictador es, finalmente, detenido, pero lo hace una mezcla de soldados (antes al servicio del dictador, victimarios) y personas del común (víctimas del mal gobierno y de la represión brutal). Claman venganza, la muerte del presidente. En ese momento, toma la palabra un prisionero político recientemente liberado, el cual le recuerda al grupo-verdugo el ideal de la democracia. Les recuerda que la democracia no puede comportarse como la dictadura, todo lo cual me recuerda el diálogo “El Critón” de Platón: ¿vale la pena ser injusto como reacción a una injusticia previa? ¿Es justo pagar con una injusticia ante otra injusticia? Entonces, propone una condena: que se le obligue a bailar. Pero la película no nos muestra el final. Pero sea cual fuese, ya alguien había defendido el honor de la virtud política. Por todo lo anterior, considero que estamos ante una obra tanto estética como política que vale la pena ver y analizar. 2017-07-31.


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