Una aburrida obra de arte, pero al fin y al cabo es oro puro (Carol, 2015)

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Vi “Carol” (USA, 2015) dirigida por Todd Haynes (a quien no le he seguido mucho la pista, pero tiene un buen nombre en el cine), con un guion de Phyllis Nagy que es adaptación de una novela de Patricia Highsmith. El reparto es increíble, empezando por Cate Blanchett y Rooney Mara. La película narra el amor entre Therese Belivet (Rooney Mara), una vendedora en una tienda de Nueva York en los años 50 del siglo pasado, y Carol Aird (Cate Blanchett), una elegante y sofisticada ama de casa que intenta salir de un matrimonio en ruinas. Pues bien, la cinta ha logrado muchos reconocimientos y está postulada a los mejores premios que festivales comerciales e independientes pueden ofrecer. Y no es para menos pues la pulcritud es el sello del filme. Sus méritos saltan a la vista, empezando por las excelentes actuaciones de las protagonistas, siguiendo por una dirección escénica que deja maravillado al espectador. Todo luce tan normal que hasta los extra se compenetran en sus pequeños roles. Además, la forma en que se presenta la narración es tan armoniosa y cuidada que todo parece necesario e importante. Es lo más cercano a la vida cotidiana, donde todo fluye con la misma velocidad e intensidad, hasta que llega el recuerdo y se centra en algunos momentos mientras desecha otros. Sencillamente una obra de arte, una dormilona obra de arte. Sí, lo he dicho: la estética es magnífica, pero el entretenimiento no es su fuerte. Fácilmente el espectador, a menos que esté habituado a este tipo de cine o que vaya como estudiante de clase a aprender del maestro los intríngulis del arte, se desentiende por momentos del filme. Ahora, cambiando el canal, esta película, al tratar el romance lésbico en una época donde era más que tabú (se considera una enfermedad además de disfunción moral), permite hacer reflexiones sobre la segregación que la comunidad LGTBI ha sufrido. En este caso, quedan en evidencia los dispositivos sociales de control pero con un valor adicional: el espectador se siente precisamente en la cultura de los años 50 sin traer anacronismos políticos que incomodan al historiador. Hay filmes, por ejemplo, que ponen en boca de un personaje del pasado reivindicaciones del presente. En este caso en específico el comportamiento de las protagonistas no pasa por la reivindicación contemporánea de los derechos de las parejas lésbicas, pues no era el contexto cultural de aquel entonces. Aun así, el espectador, al ver la naturalidad con la que fluye ese amor, puede dejarse invadir por el sentimiento de empatía con las lesbianas en su lucha contemporánea por el debido reconocimiento. En fin, la recomiendo como obra de arte y para un ciclo de cine foro sobre segregación y comunidad LGTBI, pero si se trata de entretenimiento la cosa es de otro color. 20-07-2016.


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