Sobre cómo retratar la vejez y el desprendimiento dentro de una cultura que camina entre la tradición oriental y la modernidad occidental

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Vi “Sanma no aji” (“El sabor del sake”, Japón, 1962) dirigida por el magistral Yasujirō Ozu [1903-1963], con guion del director junto con Kogo Noda. La música es mérito de Takinori Saito (aplausos) y la fotografía de Yuuharu Atsuta (aplausos). El reparto está integrado por Chishu Ryu, Shima Iwashita y Shinichiro Mikami, entre otros. La cinta narra cómo un tierno y fervoroso padre, Shubei Hirayama, decide casar a su hija, aceptando que se está poniendo viejo y que no es justo que ella se quede solterona cuidándolo hasta que muera.

En cuanto lo estético, la obra es una delicada mezcla de diversos componentes artísticos, que dan como resultado un conmovedor relato de un drama familiar sobre el desprendimiento, de un lado, y de las vivencias dolorosas de la senectud, del otro. La música, por ejemplo, juega un papel fundamental para reflejar la ternura y la soledad. La fotografía, por su parte, es precisa y bien cuidada, como es normal en un cine tan tradicionalmente intimista como lo es el japonés. El manejo de cámaras lleva el sello del director: predomina el ángulo de cámara bajo, preferencia por los planos y la cámara fijos, ausencia de fundidos y encadenados, diálogos sin planos entrecruzados donde el actor mira fijo la cámara, etc. Las actuaciones son sencillas (aunque Ozu no deja de centrarse en el protagonista más que el guion) para no opacar, con excesos actorales, la centralidad de esa línea soterrada pero segura de emociones que va tomando forma con el correr de los minutos.

Ahora, pasando a temas más de contenido, la película, como ya dije, es una recreación amorosa de un drama familiar japonés. Quisiera explicarme mejor: el espectador queda inmerso en la cultura japonesa de posguerra, una que está a caballo entre el tradicionalismo y los nuevos usos que la modernidad yanqui les trajo tras la Constitución de 1946, usos mezclados que se manifiestan a lo largo y ancho del filme. Sin embargo, a pesar del contexto tan particular de la cinta, es claro que la esencia del drama que allí se narra es universal, en especial en lo que atañe a la soledad propia de la senectud, la compañía de los amigos de toda la vida que suavizan un poco las inclemencias de la edad y la sensación de tristeza del padre que ve que sus hijos parten (“síndrome del nido vacío”). Me recuerda a dos obras homónimas, en contradicción entre sí en varios puntos, pero que bien retratan esa etapa de la vida: “De senectute”, de Cicerón (con su visión bondadosa de la ancianidad) y de Bobbio (con su visión más descarnada de la vejez). Escribió el italiano: “Quien vive entre viejos sabe que para muchos de ellos la edad tardía se ha convertido, gracias en parte a los avances de la medicina, que a menudo no tanto te hace vivir cuanto te impide morir, en una larga y a menudo suspirada espera de la muerte. No tanto un continuar viviendo, sino un no poder morir. Dario Bellezza ha escrito: «Fugaz es la juventud / un soplo la madurez / avanza tremenda / la vejez y dura / una eternidad»”.

Siguiendo con el análisis, la película narra la forma de “ver el mundo” de algunos viejos que les toca vivir la ruptura que supuso la Segunda Guerra Mundial, esto es, pasar de una sociedad tradicional a una con parámetros de conducta impuestos. Obviamente, muchas cosas que allí se muestran como normales para esa sociedad que se difumina entre lo novedoso, son condenables desde nuestra concepción de mundo, como por ejemplo el machismo/marianismo que se respira desde las primeras escenas. Claro está que nuestro ojo tiene ahora la sensibilidad que permite ver en el pasado este tipo de cosas, sensibilidad que poco se tiene para ver lo que será considerado incorrecto en el presente. Finalmente, a pesar del contexto patriarcal, resalta la amabilidad y el respeto propios de la cultura japonesa, de un lado, y la ternura del padre que bien toca el corazón, del otro.

En fin, es un filme que permite bellas reflexiones sobre la tradición, el síndrome del nido vacío y la soledad en la vejez. A la vez que es una fuente de emociones, en una forma a la que estamos poco acostumbrados, pero que no por ella deja de ser fascinante. 2020-09-21.



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