Sobre cómo realidad y fantasía se entrecruzan hasta confundirse

Vi “Buh-ning” (“En llamas”, Corea del Sur, 2018), dirigida por Lee Chang-Dong [1954-], siendo esta la primera de sus cintas que veo, algunas bien reseñadas como “Peppermint Candy” (1999) y “Secret Sunshine” (2007). El guion es trabajo del propio director, junto con Jungmi Oh, quienes se basan en un cuento corto llamado “Quemando graneros” del reconocido Haruki Murakami [1949-], el cual, a su vez, está inspirado en otro, “Incendiar establos”, de William Faulkner [1897-1962]. La música es mérito de Mowg y la fotografía de Kyung-Pyo Hong (aplausos). El reparto está integrado por Yoo Ah-in, Steven Yeun (aplausos), Jun Jong-seo y Gang Dong-won, entre otros. La película narra la relación amorosa entre Jongsu (Yoo), un joven mensajero, y Haemi (Jun), una modelo, relación que se ve afectada por un tercero, Ben (Yeun), un joven rico y muy misterioso que cautiva a Haemi. En relación con el género, la obra es muy ambigua, pues hay elementos propios del cine suspenso, el detectivesco, el thriller psicológico, el drama amoroso e, incluso, de denuncia social (pues expone el consumismo, la precarización laboral de los jóvenes, la desigualdad social coreana, etc.). Esta ambigüedad está acorde con la intención de la historia, de producir una atmósfera de misterio e intriga, pero a la larga puede frustrar al espectador que, legítimamente, espera una mayor claridad en el género, para saber más o menos a qué atenerse.
Empezando, como suelo hacerlo, con los temas estéticos, estamos ante un gran filme, en el que sobresalen temas como la fotografía y la buena planeación de las escenas, todo lo cual redunda en que el espectador se pueda sentir sacudido por (los sentimientos que dan pie a) la historia, una que no solo discurre por los diálogos sino también por las imágenes. Podríamos decir que, desde el plano estético, estamos ante una cinta más que correcta. 
Pasando a asuntos más de contenido, empiezo señalando un aspecto que termina por pasarle factura a la película: es innecesariamente larga. Si se hubiera recortado, quedando como máximo de dos horas, la obra habría ganado demasiado sin perder nada.
Otro aspecto tiene que ver con que el filme es muy enigmático; al menos, se dejan algunas claves desperdigadas a lo largo de la narración (algunas de las cuales es la remisión a la novela el “Gran Gatsby” de Scott Fitzgerald y la obra de Faulkner, autor preferido de Jongsu, reconocidos por sus técnicas literarias innovadoras), claves que incitan la imaginación del espectador. A título personal, parto de una afirmación que se lanza al inicio de la cinta, cuando Haemi simula que pela una mandarina invisible: no se trata de fingir que algo existe, sino de olvidar que no está para que se vuelva así real. ¿Qué es real y qué no? Se está, pues, en un constante juego con la mente del espectador, juego que deja, por lo menos, dos opciones para interpretar el enigma: 1) suponer que la historia es producto de la fantasía de un autor anónimo (o de Jongsu) quien está escribiendo una novela sobre los hechos a los que alude la película, con tres personajes (Jongsu –solitario, pobre, trabajador y con muchos problemas encima–,  Ben –rico, misterioso, buena-vida y todo un gran simulador, como el “Gran Gatsby”– y Haemi –el placer, el deseo mismo personificado en alguien con “hambre de mundo”– que bien podrían ser tres caras de una misma persona. De allí que las escenas en solitario de Jongsu pueden ser interpretadas como las imágenes del autor en momentos de trabajo, de descanso y de lujuria. 2) Suponer que lo que se narra no es una fantasía de Jongsu, por lo que quedan dos posibilidades: que Haemi decide vengarse de Jongsu jugando con la cabeza de este último, o que Ben es un asesino serial, que es la hipótesis más evidente, pero no por ello necesariamente la correcta, de la obra. Claro está, que las claves sueltas no permiten, de forma definitiva, sentenciar a favor de una u otra opción, pues siempre hay algo que queda por fuera. De todas maneras, de estas dos opciones, y a pesar de que habrá cosas que no encajan del todo, prefiero la primera, pues es más rica en cuanto interpretación, en la medida que da cuenta de dos mundos, el real-real y el real-mágico, que continuamente se entrecruzan tal como propuso, en su momento, el realismo mágico, que no dejó de señalar que, en las sociedades periféricas, la fantasía y la realidad tienen fronteras más delgadas de lo que se esperaría: "La primera condición del realismo mágico, como su nombre lo indica, es que sea un hecho rigurosamente cierto que, sin embargo, parece fantástico" (Gabriel García Márquez). En este caso, el realismo mágico está bien conectado, por mérito del director, a una sociedad altamente desarrollada en lo económico, pero pagando por ello un alto precio humano, que es lo que no deja de ambientar el filme.
En conclusión, estamos ante una cinta bien hecha, inteligente, ambigua deliberadamente y que sacude al espectador. Eso sí, más larga de lo que debía y, finalmente, hecha para los que buscan del cine algo más que entretenimiento, en este caso, para los que pueden vivir con enigmas irresueltos. 2020-09-28.



No hay comentarios

Leave a Reply