Sobre cómo no debería ser una película bélica respetuosa con su objeto

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Vi “T-34” (Rusia, 2018), bajo la dirección y guion de Aleksei Sidorov [1968-], quien cuenta con una modesta carrera en el cine, y que ahora incursiona con este filme en el género bélico, sin mucho éxito en lo artístico, pero mucho en lo político (pues se aprovecha del discurso patriótico tan exaltado hoy día por la dirigencia política rusa) y lo comercial (ha sido, hasta el momento, la segunda película más taquillera en su país). El reparto está integrado por Alexander Petrov, Vinzenz Kiefer, Viktor Dobronravov e Irina Starshenbaum, entre otros. La cinta narra las peripecias de un grupo de prisioneros rusos durante la Segunda Guerra Mundial que logran escapar de sus captores nazis en un tanque T-34. Ahora bien, la película, claramente, es un negocio que centra su emprendimiento en apelar al nacionalismo ruso mostrando a un imparable grupo de soldados rusos que, si hubieran querido, habrían destruido por sí solo el Tercer Reich.
Estéticamente los efectos visuales son tan desproporcionados que más que una obra bélica parece un videojuego. Claro está que algunos méritos tienen las escenas bélicas de los primeros momentos, pero luego, las del escape son, sencillamente, ridículas.
Además, no podía funcionar la apuesta de negocio sin un romance de por medio, como si esto estuviese en el orden del día de un campo de prisioneros nazi. Pero ni siquiera se toman el esfuerzo de plantear un romance dramático, pues el amor florece de forma tan sencilla, para el filme, como lo es destruir media docena de tanques alemanes con muy poca munición y teniendo todo en contra.
Agrego que hay demasiados vacíos entre las escenas. No hay desenlaces coherentes que le den credibilidad a la narración y esto tiene una explicación sencilla: no era necesaria para la apuesta política y comercial que hay detrás. El listado de saltos al vacío en la trama es largo, pero a manera de ejemplo pienso en la excesiva confianza que el jefe tanquista alemán le da al ruso o los roles que asume la prisionera-traductora que no son los que uno pensaría que tuviese alguien así y menos en ese régimen de terror. En fin, la narración poco importa; la apuesta era captar aplausos (y dinero) con las imágenes del mítico tanque T-34 destruyendo, como si nada, tanques nazis Pantera, con un insípido romance de por medio. Los vacíos son tales que, en ciertos momentos de la cinta, sentí que estaba ante la versión rusa de esas cintas gringas de la Guerra Fría, de bajo presupuesto, donde un soldado yanqui con seis balas y dos granadas destruía un batallón entero de comunistas.
Remato con esta perla: la cinta no narra lo que un historiador sabe que habría sido el destino de esos prisioneros que escaparon: el Gulag. Sí, los pocos prisioneros sobrevivientes fueron tratados, en su gran mayoría, como traidores a la Madre Rusia y a Stalin.
Pero no hablemos más de una película que no merece más que lo acabado de decir. Que el cine pueda ser negocio no es ningún problema; antes bien, esto garantizaría de cierta manera la continuidad de un arte que es muy costoso en su realización. Pero lo que sí me parece decente es que ofrezca algo más que la típica apuesta de negocio: un héroe que puede contra todo el mundo con muy pocos recursos y que se queda con la chica linda del baile. No pensemos siquiera en el machismo que hay detrás de líneas argumentales como esta, ni en el círculo vicioso de fundarse y alentar un nacionalismo que, siempre, es peligroso, pues a fin de cuentas las naciones son inventos políticos y en nombre de ellas se ha matado tanto o más gente que en nombre de la religión.
Quiero centrarme, eso sí, en dos aspectos. El primero, es el merecido tributo que debería darse a los que vivieron la guerra, el que se daría al tratar con respeto el drama y la tragedia (que no son lo mismo) de la guerra; y el segundo, es el deber estético de ofrecer un producto que cumpla con la regla de oro para un espectador que ama al cine: credibilidad. Veamos.
Frente al primer punto, la guerra es, ante todo, un drama y una tragedia que padecen especialmente los que están en los primeros escalones de esa pirámide mortal. Ese carácter dramático y trágico que padecieron seres humanos termina siendo un límite ético en la forma como debería narrarse la guerra por parte del cine, por lo que este debe intentar reflejarlos en las escenas, con credibilidad claro está, para generar la empatía que exige un espectador precavido.
Frente al segundo punto, la guerra, como cualquier otra historia, debe ser creíble y coherente al espectador, lo que supone que corresponda con los presaberes del auditorio, que haya una conexión interna sólida en lo narrado y que los desenlaces que dan impulso a la historia sean convincentes y claros. Además, uno de los elementos de dicha credibilidad está justo en que se pueda retratar el miedo, la angustia, el dolor, etc., que siente un soldado o un civil en un conflicto como ese.
Esta cinta, entonces, queda en el listado de las obras para ver como ejemplos negativos de lo que no debe ser el cine bélico; es decir, de una cinta que no respeta la memoria de los que padecieron la guerra, que no logra cohesión interna y que no contribuye a un género que, poco a poco, se desvanece por sus altos costos. Estamos pues ante una apuesta comercial y política, pero no ante una obra cinematográfica en sentido estricto. 2020-06-09.



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