Sobre cómo el deporte es más que competición

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Vi “Battle of the Sexes” (“La batalla de los sexos”, 2017, EE.UU.) dirigida por la pareja de esposos Jonathan Dayton y Valerie Faris, quienes cuentan, además, con un gran prestigio como directores de videos musicales, y a quienes recuerdo por su “Little Miss Sunshine” (2006). El guion de esta cinta es de Simon Beaufoy, la música de Nicholas Britell y la fotografía de Linus Sandgren. El reparto es bueno y logra un entretenido equilibrio del que hablaré más adelante: Emma Stone (aplausos), Steve Carell (que sabe hacer reír), Andrea Riseborough (aplausos) y Elisabeth Shue, entre otros. Esta película narra el contexto del famoso partido de tenis entre Bobby Riggs (Carell) y Billie Jean King (Stone) en 1973, partido que se conoció como "La batalla de sexos".
Pasando a las consideraciones estéticas, el filme es correcto, pero no sobresale, salvo en algunas escenas con fotografía meritoria (por ejemplo, la visión de la cancha de tenis cuando Billie Jean entrena sola y Marilyn –Riseborough¬– la mira desde la ventana del hotel), la ambientación detallada (que implica una preocupación por la exactitud del vestuario) y el equilibrio que le aporta a la obra el dúo protagónico. Sobre esto último, resalta la buena interpretación de Stone, quien aporta su capacidad para el drama, y Carell, con su facilidad para la comedia.
Y esto nos lleva al guion: estamos ante una obra con formato comercial (de allí los abundantes clichés y las formas estéticas llanas), que apuesta como fórmula de negocio plantear varias cosas al mismo tiempo: presentar un partido que fue famoso en su momento, divertir con las ocurrencias de uno de sus personajes, plantear un drama amoroso prohibido en aquellos años y, por ahí derecho, denunciar la doble discriminación a la que se vio sometida Billie Jean, por ser mujer y por ser lesbiana. El resultado de esta combinación es ambivalente, pues, de un lado, cuando se apuesta a tanta cosa, se dificulta sobremanera lograr niveles de satisfacción en todos esos niveles; pero, del otro, el drama romántico aportado por Stone-Riseborough logra cautivar junto con el toque cómico de Carell, toque que, por demás, evita que su personaje caiga en el estereotipo del villano.
Ahora bien, digo que la cinta se queda corta por plantearse tantas metas, en la medida que tiene que dedicar tiempo y espacio a desarrollar los diferentes aspectos propuestos, por lo que se descuidan elementos que, de no haber sido una película tan ambiciosa, habría dado lugar a otro tipo de filme, uno con mayor carácter. Pienso que se le pudo sacar más provecho a la lucha por la igualdad de género y la no discriminación basada en la orientación sexual, pero también al drama que se presenta con la infidelidad de Billie Jean con su esposo. Dicho con otras palabras, por querer abarcar mucho se perdieron opciones interesantes para profundizar en aspectos que habrían aumentado la dramaticidad y la fuerza de la obra, aunque posiblemente habrían significado un riesgo para la apuesta comercial.
Agrego, como componente adicional a las reflexiones en torno al contenido, que cintas como esta (lo que me trae a la memoria “I, Tonya”, 2017), recuerdan que el deporte de alta competencia no es un mundo sustraído de los contextos sociales y culturales, y que un buen cine es aquel que deja de idolatrar al deportista para plantearlo en su continuo estar como persona, en ambientes que no siempre le fueron favorables. A fin de cuentas, detrás de todo héroe se esconde el sacrificio, de un lado, pero también una persona atravesada por sus ambiciones y las estructuras de verdad y poder que circulan como obvias en su momento, del otro.
Para dar un caso, en la antigua Academia platónica, siguiendo los estereotipos atenienses, el deporte era considerado un complemento necesario para el saber filosófico, en tanto significaba disciplina del cuerpo y de las pasiones, prerrequisito para un buen gobierno de la razón, de una parte, y garantía de la supervivencia del honor de la polis en los juegos olímpicos como en la guerra, de la otra. En la actualidad, porque estamos ante otro tipo de cultura y de economía, el deporte de alto rendimiento se asocia al capitalismo y a los prototipos estéticos sobre el cuerpo que se desea circule en lo social. Esto pone en evidencia la importancia de rastrear las relaciones del deporte con los imaginarios sociales y las representaciones colectivas que lo atan a un tiempo y un espacio concretos. En el caso de esta película, de este partido emblemático, a una sociedad machista, homofóbica y mercantilista.
La recomiendo, en especial, porque logra divertir. Se le puede sacar provecho en otros aspectos, pero sigue siendo ante todo un producto comercial. 2020-06-15.


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