Sobre cómo hacer un drama con la excusa de artes marciales

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Vi (de nuevo) Warrior ("La última pelea", EEUU, 2011) dirigida y coescrita por Gavin O'Connor [1964- ], siendo esta su película más aclamada y que difícilmente logrará superar, protagonizada por Joel Edgerton, Tom Hardy y Nick Nolte, entre otros. Estamos ante una cinta que, con el paso del tiempo, se ha convertido en una película de culto en el género del boxeo y las artes marciales, pero, como lo diré más adelante, llega a perfilarse como un drama conmovedor. La película se centra en un triángulo familiar: un padre (Nolte) veterano de guerra, exalcohólico que lucha por recuperar el amor de sus hijos; un hijo mayor (Edgerton), profesor de secundaria, padre de familia, un hombre mesurado con dominios amplios de la técnica de las artes mixtas (marciales y boxeo) quien lucha por no perder su casa ante el banco; un hijo menor (Hardy), un exmarine, solitario, llevado por sus pasiones, un hombre con una gran fuerza en su manera de combatir. Y estos hermanos terminan compitiendo entre sí por un premio gordo en el mundo de las artes marciales mixtas. Antes que nada, hay que señalar que las actuaciones protagónicas son magníficas, destacándose Nolte, quien fue nominado en varias premiaciones por este papel. Ahora pasemos al tema de género: esta cinta inicialmente fue catalogada como de artes marciales, pero con los días, el mérito de su propia historia, sumado al conmovedor final -que llega a sacar lágrimas entre el auditorio-, la catapultó para ser vista como un drama, y de los buenos. Si somos sinceros, que una película de acción (boxeo y artes marciales), sea a su vez una competente cinta dramática, conmovedora y humana, es algo raro. En cierto sentido, podría decirse que las artes marciales son el vestido que engancha y provoca, pero es el cuerpo desnudo que hay detrás el que realmente ilumina. Dicho de otra manera, las artes marciales alimentan al espectador y lo mantienen al tanto de la trama, es el componente de entretenimiento, pero no son, para nada, las protagonistas. Otro aspecto que quiero resaltar es la banda sonora; incluso, se arriesgaron con vincular la música Beethoven con el mundo de la pelea del hermano mayor, apuesta que resultó, pues causó un gran efecto en el auditorio y transmitía claramente la idea del de una persona que domina la técnica a la vez que representa la perseverancia. Un rock estridente no iría bien con él. Pasemos ahora al guion (mérito de Gavin O'Connor, Anthony Tambakis y Cliff Dorfman). Este logra ser inverosímil en un par de aspectos (v.gr. que dos desconocidos en las luchas entren sin problema al campeonato más importante), pero esto se perdona en tanto que refleja con gran sinceridad y contundencia (i) la valentía de los tres protagonistas (claramente una invitación a la no-mediocridad); (ii) el dolor, no sólo físico fruto de las peleas, sino también el del pasado; y (iii) el perdón y la reconciliación, valores que no se pueden predicar del amigo, sino del enemigo: ¿qué mérito superior habría en ofrecer la mano a quien también te la ofrece? De allí que el acto final, de protección, del hermano mayor sobre el menor, deja en claro una propuesta ético-política que el esperador no debe dejar pasar. En conclusión, estamos ante una obra cargada tanto de adrenalina como de emociones dramáticas, todo un nuevo-clásico que, por su fortaleza narrativa y visual, se ganó un sitio privilegiado en la Vieja Escuela del cine-boxeo y del cine-artes-marciales. Es de aquellas películas que dan ganas de repetir. 2018-05-03.


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