Sobre cómo retratar la heroicidad

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Vi “Sully” (EEUU, 2016), dirigida por el reconocidísimo Clint Eastwood [1930- ] (rodó la película con 86 años, toda una lección de vida) y con guion de Todd Komarnicki, basado a su vez en el libro biográfico de los pilotos involucrados en el caso. El reparto está encabezado por Tom Hanks, Aaron Eckhart y Laura Linney, entre otros. La cinta, producida a lo grande por Hollywood, narra las pericias de los pilotos que, por una falla en los motores, tuvieron que aterrizar (acuatizar) en el río Hudson, en Nueva York, en el 2009, con 155 pasajeros a bordo. Para empezar, la película ha sido nominada a varios premios, entre ellos al premio Oscar por los mejores efectos sonoros. Igualmente, por su éxito en taquillas, fue considerada entre las mejores películas estadounidense en el 2016. Y dejo aquí, pues no es mi interés hacer un listado de nominaciones y premios, no sin antes advertir que este tipo de producciones comerciales no suele tener dicha receptividad. Empiezo por esto último: ¿cómo narrar un accidente aéreo, sin caer en los clichés del cine-acción-entretenimiento, pero sin poner en riesgo la taquilla? La apuesta de Eastwood es muy interesante, pues busca hacer un cine de autor (esto es, con su sello personal), pero también darle al público general entretenimiento puro y duro. Creo que el resultado es positivo. No se centra tanto en el accidente como sí en el juicio que se les hizo a los pilotos. Centra entonces el drama en las dudas que se sembraron sobre la decisión de los pilotos de acuatizar, giro narrativo interesante. No obstante, a veces son algo rebuscados los argumentos y el peso que se le intenta dar a los juicios sobre la conducta de los pilotos; es decir, sentí que el director sobredimensionó las acusaciones para aumentar el drama. Si embargo, como ya lo dije, el balance sigue siendo positivo y aquí Eastwood da clases a los novatos sobre cómo narrar, desde un plano más humano, acciones que otros habrían registrado solo desde lo externo. Añado que Tom Hanks hace un buen papel, lo que demuestra que es un gran actor, a veces desaprovechado por sus directores, pero que logra convencer al espectador. Pasando más a un tema de reflexiones, la cinta invita a meditar dos cuestiones, entre muchas otras. La primera es sobre la heroicidad; en este caso, la más humana posible, no aquella que vincula la heroicidad a la guerra, sino al profesionalismo. La segunda es sobre la lucha, simbólica o no, entre lo humano y lo artificial. En varias partes de la cinta se cuestiona la acción de los pilotos desde la información arrojada por las máquinas y por los pilotos de prueba. Desde un inicio, el espectador juzga tales argumentos como insuficientes, pues una cosa es la forma como juzga la situación -para decidir cómo actuar- una persona en medio de un momento de tensión, otra es cómo decide quien no está en dicho estrés (los pilotos de prueba) y cómo responde un computador con información dada de antemano por los que simularon el accidente. El director dejó solo para los últimos momentos el golpe de gracias a dicha línea argumentativa: no puede equipararse la decisión de un piloto de pruebas o de un computador, que sabe qué va a pasar y qué tiene que hacer, con la de los pilotos reales. Pero de todas maneras, queda el interrogante: ¿puede eliminarse el componente humano para aumentarse la seguridad aérea? En este caso, los pilotos salvaron la situación, pero como es lógico se demoraron segundos vitales evaluando opciones. ¿Habría sido mejor la respuesta de las máquinas? Tal vez sí, siempre y cuando casos tan excepcionales como este estuviesen en su programación. ¿Pero si no están programados para responder en un caso concreto? Allí tendría la ventaja un piloto experimentado, pues podría tomar decisiones más ajustadas desde su experiencia. ¿Y si las máquinas logran aprender por sí mismas de manera tal que puedan responder acertadamente incluso en los casos de los que carecen de programación? ¿Será acaso que estamos ante la última era de pilotos humanos? En cierto sentido, el filme, posiblemente sin quererlo, abrió la puerta para meditar las diferencias entre lo humano (que hunde sus raíces en la posibilidad del error y de allí su dignidad) y las máquinas, más específicamente en la inteligencia artificial (que hunde sus raíces en nuestro prejuicio (!) de que son exactas y neutrales). La recomiendo: 2017-11-27.


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