Amor se escribe con (imágenes de) llanto: “La tierra y la sombra” (2015, Colombia)

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Vi “La tierra y la sombra” (2015, Colombia) dirigida y escrita (siendo ésta su ópera prima) por César Augusto Acevedo. La fotografía, que es meritoria, se debe a Mateo Guzmán y cuenta con un reparto de actores naturales, a la vez que locales: José Felipe Cárdenas, Haimer Leal, Edison Raigosa, Hilda Ruiz y Marleyda Soto. Narra la historia de un hombre mayor que, después de mucho tiempo, regresa a la casa y a la familia que abandonó, pues su hijo padece una grave enfermedad respiratoria. Una vez allí descubre que todo ha cambiado y que la única salida de la familia es abandonar la casa y la tierra. Ahora bien, el filme le apuesta a una narración visual y, por tanto, contemplativa. En este sentido bien puede considerarse que estamos ante una poesía de imágenes. Por todo esto esta cinta cobró varios éxitos en Cannes y aún le falta recoger su cosecha en otros festivales de cine independiente. La fotografía gira en torno a una naturaleza alegre (los pájaros y el jardín) que se opone a una naturaleza agreste por las injusticias sociales que implica (las quemas, la ceniza, los cultivos de la caña de azúcar y los daños que le produce a la salud de los cortadores). Apuesta a diálogos sencillos y a una fotografía contemplativa para mostrar el dolor y la angustia que se vive. No hay grandes circunloquios que le den cuenta al espectador de lo que pasa. La sencillez de lo representado termina abriendo las puertas, vía imágenes y metáforas (como la casa cerrada, la ceniza en las hojas, la cometa, el canto de los pájaros, etc.), a la complejidad de la vida y a unas relaciones tormentosas, pues como dice una canción expuesta en el filme: “amor se escribe con llanto”. El sonido es precario y las actuaciones, como eran de esperar, algo acartonadas, pero no por ello choca con la estética de la película: incluso esos “defectos” terminan por ahondar en realismo y contribuyen a la emotividad del espectador. En cuanto a la reflexión a la que invita la cinta, ésta corresponde con la visión trágica del miserabilismo latinoamericano, aunque en este caso no expone la miseria y sus dolores desde el conflicto armado como suelen hacerlo muchos filmes colombianos, sino desde otra perspectiva más cotidiana, pero no por ello menos dolorosa. En la cinta, pues, se dan cita muchos elementos sociales que permiten una lectura propia de la teoría crítica, que permitirían servir de ejercicio de análisis de la realidad del campesinado colombiano puesto contra la pared por la agroindustria, cosa que bien puede extrapolarse -con mayor interés en la actualidad- a la minería, por ejemplo. En este sentido, recomiendo ampliamente el filme y no puedo dejar de sugerirla como una hermosa excusa para pensarnos como sociedad en la diada campo-ciudad. 11-08-2016.


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