Excelente película, incluso para reflexión pedagógica

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Vi “Whiplash” (USA, 2014) dirigida y escrita por Damien Chazelle (quien apenas comienza su carrera en el cine). La película narra el duelo que se suscita entre un joven y ambicioso baterista de jazz, que pretende la fama mundial, y su maestro, un gran músico pero patético ser humano, que lidera la banda de jazz en su institución de educación musical. Los métodos de enseñanza de este último llevan al joven al borde de lo humanamente soportable. Pero todo termina en una posible reconciliación (el filme deja abierto el tema) gracias a la genialidad del baterista reconocida, aunque tardíamente, por el maestro (ver el link anexo a esta reseña). Ahora bien, frente a mi análisis parto, como es mi costumbre, por lo estético. En este sentido, este filme toca el cielo. Es impresionante desde muchos puntos de vista. Obviamente lo primero que salta a la vista es la música (mérito del joven Justin Hurwitz, quien ha ganado decenas de premios por esto), todo por el ambiente en el que se desenvuelve la trama. Pero también se encuentra la buena fotografía (aplausos a Sharone Meir). Claro está que la mayoría de las ovaciones (hay que darlas de pie) están en la gran rivalidad dramática que lograron dar Miles Teller (quien interpreta al joven baterista) y J.K. Simmons (el maestro implacable). Fue duro para Teller mantener la atención del espectador en sí mismo ante un deslumbrante Simmons (cada día se le otorga un nuevo reconocimiento por su papel). La verdad, llevaba rato sin sentirme tan compenetrado por las actuaciones ofrecidas. ¿Y el guion? Pues logra atrapar la atención del espectador sin mayor dificultad, aunque éste no habría sido tan fuerte si no hubiese contado con Simmons en el rol protagónico. Le pido al espectador que se imagine el guion por sí mismo, prescindiendo de las actuaciones, y podrá darse cuenta que la historia estaba en el filo del desastre, en la medida que raya con lo inverosímil en la relación pedagógica que en la actualidad se suele entablar entre profesor y estudiante. Y justo esto me permite llegar a temas reflexivos con ocasión de la cinta: son muchos los aspectos que pueden meditarse con base en lo visto, pero hay uno sobre el que quiero llamar la atención, pues considero es importante para mi profesión. Me refiero a la pedagogía. Finalizando la película, en un bar, se da un interesante diálogo en el que el maestro le comenta al estudiante por qué es tan duro, porque él cree que con la dureza y la exigencia extrema se forjan los grandes héroes del jazz. Pero el estudiante, quien padeció el maltrato, le responde que también es posible que un genio del jazz haya desistido por no resistir la presión; esto es, que hay límites. Si se pasa el límite se pierde la intención formativa, por más noble que ésta haya sido. Este es el punto crucial de mi reflexión. Considero que un buen maestro es el que exige y reta al estudiante, cosa que ya es problemático en los ambientes facilistas que pululan en las instituciones educativas contemporáneas. En mi caso, recuerdo ahora, con el paso de los años, con mucho cariño a los docentes que me hicieron estudiar e investigar, que no cayeron en las presiones del facilismo de su entorno, los que me fueron severos conmigo sin pasarse del límite (como lo diré más adelante). Lo poco que sé es mérito, fundamentalmente, de aquellos que en su momento consideré que me violentaban por ponerme a estudiar al compararlos con los “maestros” a los que aplaudía en aquel entonces porque cedían con facilidad ante la presión. Ahora me pasa algo que he verificado cuando me reúno con antiguos compañeros de estudio: casi ni recordamos, ni siquiera el nombre en varios eventos, a estos últimos profesores. Lo peor es que poco o nada me quedó de los temas que supuestamente me enseñaron. En cambio, la boca se nos cae de anécdotas alegres, que ceden luego ante el profundo respeto, frente a los profesores que nos hicieron estudiar. De ellos sí que recordamos sus nombres y sus materias. Un estudiante no debe juzgar tan ligeramente, ni permitir ser parte de la presión que ya existe, a los profesores exigentes. Pero como bien dice el joven músico en la película, hay límites, y si ese límite se pasa, la exigencia del maestro ya no sirve de nada, termina destruyendo toda opción pedagógica. El límite no es solo la dignidad del estudiante, sino también en la propia exigencia. Exigir demasiado a quien no puede dar tanto, termina por espantarlo. Pero cuidado: el estudiante fácilmente juzgará que el que le exige le pide más de lo que puede dar. Por eso digo que los juicios en este tema no pueden ser ligeros. Pero volviendo al tema, recordando con sinceridad mi propia experiencia con mis maestros, fueron más los casos de docentes facilistas que la de profesores que se pasaron de la raya en la exigencia. Entonces ese justo límite, sin ceder a las presiones del entorno, es lo que hace precioso la labor de los verdaderos maestros. El filme, entonces, me permitió reflexionar sobre mi quehacer, sobre errores y aciertos, a la vez que me hizo recordar a grandes profesores que tuve en su momento, los cuales, haciendo caso omiso a las presiones que hay contra los que asumen el compromiso con la disciplina y el rigor (necesarios para los logros personales y profesionales), me dieron todo lo bueno que ahora tengo. Si hay algo que tengo para dar es mérito de aquellos que lograron ese equilibrio en la formación y que pudieron soportar las presiones de la mediocridad, de las que yo, de alguna forma, también hice parte. Oda a mis buenos maestros. 20-04-2016.



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